miércoles, 16 de mayo de 2007

SIDA, lepra y enfermedad: Una respuesta cristiana



Versión en español, diciembre de 2004


Este artículo se publicó en la revista Sunstone 12:3 (mayo de 1988), páginas 6-7. En esa época Ron servía de voluntario en varios proyectos de apoyo para gente con SIDA y visitaba a mormones con SIDA en los hospitales. Ron falleció de complicaciones de SIDA en 1991. © Revista Sunstone. Traducido y publicado aquí con permiso.


Hasta recientemente, mi generación pensaba que la muerte era algo repentino, inesperado, y accidental. No estábamos acostumbrados a agonías largas y dolorosas. Las epidemias que acecharon a generaciones anteriores no nos afectaron.


Pero el SIDA cambió la situación. Hombres, mujeres y niños luchan por sobrevivir una peste mortífera. Morir de SIDA es algo lento y doloroso. La vida se reduce a algo muy pequeño, los ahorros de toda una vida se evaporan y un aliento más, un día más de vida, constituyen un gran logro. El dolor y sufrimiento que padecen las personas con SIDA ha sido objeto de muchas discusiones teológicas. Algunos dicen que Dios envió esta nueva peste para castigar a los homosexuales por sus pecados. A veces a las personas con SIDA se las ha llamado "los leprosos de hoy".
Un análisis de lo que las escrituras dicen acerca de la lepra y los leprosos puede ayudarnos a entender si será cierto que Dios envió esta y otras pestes para castigar a los pecadores, y cómo deberíamos responder los cristianos.En el Antiguo Testamento hay once menciones de leprosos y lepra; el Nuevo Testamento tiene ocho y el Libro de Mormón una sola. En el Antiguo Testamento, cinco de las menciones describen a Jehová o al profeta castigando a alguien con lepra o utilizándola como una señal (tal como en el caso de la mano de Moisés, que Dios podía herir con lepra y después curar). Cinco de las referencias son instrucciones para los sacerdotes sobre cómo identificar la lepra, ritos y sacrificios prescriptos para la purificación de los inmundos, o instrucciones sobre cómo separar a los inmundos de entre Israel. Tal vez la referencia a la lepra más conocida del Antiguo Testamento sea la de Eliseo curando al honorable Naamán con la directiva de bañarse siete veces en el río Jordán. Sin embargo, hay tres referencias en el Antiguo Testamento que describen la lepra como castigo de Dios: Miriam padece el azote de la lepra por hablar contra Moisés, Uzías es azotado por quemar incienso en el templo, y el Señor azota a Jeroboam, rey de Israel, porque el pueblo hacía sacrificios y quemaba incienso en lugares altos. Algunos pensaban que estos pasajes en los que en la enfermedad es un castigo divino son solamente una interpretación de los cronistas que escribieron esas partes de la Biblia; sea como fuere, la mayoría de las referencias en el Antiguo Testamento dan instrucciones de cómo tratar la enfermedad.


Al comisionar a los Doce, Jesús les mandó sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y echar fuera demonios y les dijo: "De gracia recibisteis, dad de gracia;" la Versión Popular dice en el mismo pasaje: "Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo" (Mateo 10:8).

Las referencias del Nuevo Testamento son todas ejemplos de cómo ministrar al enfermo. Mateo, Marcos y Lucas relatan la ocasión en que Jesús curó a un hombre que padecía de lepra, y está el relato bien conocido de la curación de los diez leprosos. En Mateo, Jesús le responde a los mensajeros enviados por Juan el Bautista desde prisión, y en su respuesta Jesús enumera los milagros que él mismo realizaba, incluyendo la curación de los leprosos. Al comisionar a los Doce, Jesús les mandó sanar enfermos, limpiar leprosos, resucitar muertos y echar fuera demonios y les dijo: "De gracia recibisteis, dad de gracia;" la Versión Popular dice en el mismo pasaje: "Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo" (Mateo 10:8). Las otras dos referencias aluden a curaciones del Antiguo Testamento. Finalmente está el relato de Jesús que, durante su último Día de Reposo, come en la casa de Simón el Leproso (a quien, según James Talmage, Jesús cura). De manera que cada mención de lepra en el Nuevo Testamento tiene que ver con sanarla y curarla, no con enviarla como castigo. En el Libro de Mormón, la única mención de lepra ocurre durante la visita de Cristo, quien pide que le lleven a los cojos, ciegos, lisiados, mutilados, leprosos y atrofiados para que él los cure (3 Nefi 17:6-10).
Tal vez podemos utilizar estas escrituras como base para dar una respuesta cristiana hacia las personas con SIDA; tal vez la pregunta más relevante sea la que los discípulos le hicieron a Jesús acerca del hombre que había nacido ciego: "¿Quién pecó?" "Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él" (Juan 9:1-3). Si empezáramos a ver a toda la enfermedad y el sufrimiento humano como una oportunidad de mostrar cuán dedicados estamos a las enseñazas de Jesucristo, a sanar y a curar, entonces nuestra respuesta ante tanta enfermedad podría ser muy diferente de lo que es. La caridad verdadera, o el amor puro de Cristo, se expresa en la manera que servimos a los demás. Es posible que el Señor considere que el amor sea el mayor de todos los dones, como enseñó el Apóstol Pablo, porque la naturaleza humana nos inclina a evitar el sufrimiento y la enfermedad. Esta tendencia hacía que los leprosos fueran segregados y colocados en colonias para leprosos. La Ley Judía tenía un conjunto complejo de reglas y ritos para separar a los "inmundos" y para asegurarse de que estaban curados antes de ser readmitidos en la comunidad. Este temor de contaminación seguramente dividía familias, forzaba a algunos a desaparecer de todo lugar público, y llevaba a algunos leprosos al suicidio.


Los Pioneros padecieron muchas enfermedades. Nadie diría que fue por motivo de su iniquidad que tantos de los primeros habitantes de Nauvoo, e incluso miembros de la familia del Profeta, se enfermaron, que tantos padecieron malaria, que cientos murieron en el trayecto hacia las Montañas Rocosas.

Perder la vida era algo común entre los Pioneros mormones. La enfermedad y el sufrimiento padecidos por los Santos del Siglo 19 también deberían guiar nuestra respuesta cristiana. Los Pioneros padecieron muchas enfermedades. Nadie diría que fue por motivo de su iniquidad que tantos de los primeros habitantes de Nauvoo, e incluso miembros de la familia del Profeta, se enfermaron, que tantos padecieron malaria, que cientos murieron en el trayecto hacia las Montañas Rocosas.Mis bisabuelos fueron Pioneros. Los ocho hijos que tuvieron murieron todos en un epidemia de difteria. Me acuerdo que de niño, durante el Día Memorial, mi familia me llevaba al cementerio donde están enterrados nuestros difuntos. En el lote de la Familia Kershaw, cerca de Saint Anthony, en el estado de Idaho, yo veía todas las pequeñas lápidas en hilera, cada una con el nombre y las fechas de nacimiento y de muerte. Las fechas de muerte revelaban una historia terrible: Mi bisabuelo Joseph Hyrum Watkins Kershaw y mi bisabuela Julia Ann Clift perdieron a esos ocho hijos en el transcurso de doce días.En esas visitas nos imaginábamos nuestro bisabuelo yendo al cementerio solo, una y otra vez, en el crudo invierno de 1897, para enterrar a cada uno de esos hijos, desde el mayor de 17 hasta el menor de 2 años de edad. En doce días ese hogar, lleno de algarabía y amor, quedó vacío. Mi bisabuela quedó tan angustiada que Joseph la llevó a Lago Salado para estar con la familia. En la primavera siguiente, cuando volvieron a Idaho, descubrieron que los vecinos, temerosos de que la enfermedad se extendiera, habían quemado la casa y todo lo que quedaban eran las cenizas. A nadie se le ocurriría decir que fue la iniquidad de los bisabuelos lo que causó esas tragedias.El temor irracional que motivó a los vecinos a quemar la casa de mis bisabuelos es similar al temor que muchos sienten con respecto al SIDA. Se dice que el SIDA es una peste, un castigo que Dios le envía a los homosexuales. La gente se ríe y hace chistes sobre la enfermedad; se creen que se está haciendo justicia cuando la gente con SIDA muere tras una horrible agonía. ¿Será ésa una repuesta cristiana?Al pensar en la manera en que los cristianos deberíamos responder frente a la crisis del SIDA, podemos preguntarnos: ¿Debería nuestra respuesta verse afectada por la manera en que la enfermedad se contagia? Para muchos, lo que los hace ver la cuestión con malos ojos es el hecho de que, a diferencia de la lepra o la difteria, el SIDA es una enfermedad de trasmisión sexual. Esto hace que muchos prefieran no interesarse ni preocuparse. La sociedad tiene opiniones muy negativas sobre la homosexualidad, y muy pocos quieren participar en cuestiones que afectan a los homosexuales. Como mormón, me enorgullece la manera en que la Iglesia nos enseña a responder a las tragedias de la vida. La Iglesia nos enseña que nos preparemos para casi cualquier calamidad.
Y esto no se basa en la idea de que Dios quiera castigarnos, sino que sabemos que, inevitablemente, habrá alguna temporada de "vacas flacas," de escasez o necesidad. Cuando un miembro de la Iglesia padece enfermedad, un accidente, o la misma muerte, no hay tiempo de empezar a imaginar, como los falsos amigos de Job, los pecados que deben haber causado semejante calamidad. Aceptamos todo como parte de la tribulaciones de esta vida mortal y como una prueba para ver si estamos preparados y si respondemos con amor. El Rey Benjamín le mandó a su pueblo que no dijera "el hombre ha traído sobre sí su miseria" como excusa para no ayudarlo (Mosiah 4:17).
Pero me entristece ver la manera en que la Iglesia está respondiendo a la epidemia del SIDA. No hemos hecho lo suficiente. La posición oficial de la Iglesia en cuanto a la homosexualidad parece interferir con lo que debería haber sido una respuesta inmediata de ofrecer ayuda. La Iglesia Católica Romana ha dado una respuesta mucho mejor. Aunque el Papa haya condenado públicamente la homosexualidad, las parroquias y diócesis católicas están ayudando sin titubear a las víctimas del SIDA.
Así es como lo explicó el Reverendo Paul Desrosiers, director del Consejo de Sacerdotes de Nueva Orleáns: "Durante las epidemias de fiebre amarilla y de cólera, no le preguntábamos a la gente que estaba agonizando en las calles cuál era su religión o su orientación sexual. Nuestra tradición es ayudar a la gente, y eso es lo que estamos haciendo".


Así es como lo explicó el Reverendo Paul Desrosiers, director del Consejo de Sacerdotes de Nueva Orleáns: "Durante las epidemias de fiebre amarilla y de cólera, no le preguntábamos a la gente que estaba agonizando en las calles cuál era su religión o su orientación sexual. Nuestra tradición es ayudar a la gente, y eso es lo que estamos haciendo".

En Nueva Orleáns todos los fondos de ayuda a las victimas del SIDA son administrados por las Beneficencias Católicas Asociadas. El hospicio de pacientes de SIDA lo administra la Arquidiócesis, y los enfermeros y doctores que visitan a los pacientes en sus hogares son enviados desde el Hotel Dieu, que es un hospital católico. El Arzobispo Hannon donó una propiedad de la Iglesia para un hospicio de enfermos de SIDA y están buscando el sitio para un segundo hospital. El Arzobispo declaró: "Yo no veo ninguna contradicción. Yo creo que la Iglesia debería participar de los asuntos más difíciles de nuestra sociedad, y el SIDA es por cierto la cuestión más difícil que enfrentamos hoy. Si hay personas enfermas o hambrientas, la Iglesia quiere ayudar."
En San Francisco, la Parroquia del Santo Redentor donó un convento que no estaban usando para crear un hospicio de pacientes del SIDA. Después, con ayuda de la comunidad, reunieron fondos para renovar el edificio, y continuaron proporcionando fondos para poder operar el hospicio. Estos católicos visitan a los enfermos en sus hogares o en los hospitales, reúnen fondos, abrazan a los enfermo, y les demuestran amor. Estas son todas actividades que estos católicos aprueban para ayudar a las personas que padecen de SIDA. Afirmar que Dios envía SIDA, pero no cáncer, diabetes, hipertensión, o anemia falciforme, equivale a identificar a grupos pequeños de la sociedad y afirmar que Dios quiere destruirlos. (Esto también ignora el hecho de que las lesbianas no son unos de los grupos a riesgo de contraer SIDA).
Me alarma mucho al respuesta de algunos Santos de los Últimos Días. En el pasado había mucho fanatismo en la Iglesia en contra de la gente de raza negra, y en la época que los negros no recibían el sacerdocio, esta intolerancia se justificaba con un dogma. De manera similar, ahora hay personas en la Iglesia que intentan justificar su intolerancia contra los homosexuales y las personas con SIDA basándose en el hecho de que la Iglesia condena la homosexualidad. Algunos lectores tal vez recuerden la publicidad negativa que la Iglesia recibió durante la excomunión de Clair Harward, un miembro de la Iglesia que se estaba muriendo de complicaciones de SIDA.
Clair fue a reconciliarse con la Iglesia antes de morir, y el obispo lo excomulgó. Esa excomunión no me sorprendió; supongo que cualquier persona que ha hecho algo que la Iglesia desaprueba y espera reconciliación debe estar dispuesto a enfrentar la posibilidad de ser excomulgado. Lo que me hizo llorar fue que obispo le ordenó a Clair que, si quería ser perdonado, debía dejar a su amoroso compañero y a todos los demás amigos gays. El obispo además le aconsejó no asistir a la Iglesia, por temor de que contagiara a otros. El obispo no le dijo, "Deja a tus amigos y ven con nosotros, que te acompañaremos." Le dijo a Clair que abandonara todas las fuentes de apoyo que tenía, que dejara a todos los que lo amaban, y que muriera en soledad, mientras los miembros de su barrio quedaban protegidos de tener que tratar con él. Yo creo que el Señor espera que nuestra respuesta sea mejor. Desafortunadamente, este tipo de respuesta no es inusual. En 1986 un mormón de Reno, estado de Nevada, organizó un grupo de mormones para protestar en contra de las Celebraciones de Orgullo Gay que estaba planeando un grupo de padres. Los que asistieron a esta protesta abuchearon a los que participaban de la celebración gay y alzaron pancartas que decían, "Vuelvan al armario", "El SIDA es el castigo de Dios", y "El gobierno no debería pagar para ayudar a enfermos del SIDA." Me llenó de asombro que estas personas sintieran tanto odio y temor por personas que en realidad no conocían. Me recordó del populacho de Kírtland, en el Condado de Jáckson, y en Nauvoo, cuando los Pioneros mormones eran los leprosos de la sociedad cristiana. En el pasado, los mormones fuimos tachados de perversos y pecadores por nuestras creencias y prácticas sexuales. El resto de la nación tachaba a los polígamos mormones de viejos libidinosos que se casaban a veces con muchachas muy jóvenes. A menudo en nombre de Dios y de la justicia, toda expresión de amor se veía obstruida por el temor y el odio.
A veces suponemos que las escrituras dicen algo que en realidad no dicen y luego hacemos un razonamiento falso. Yo estoy de acuerdo con la declaración de que "la maldad nunca fue felicidad" (Alma 41:10), pero no estoy de acuerdo con el razonamiento que a menudo se hace de que de que la rectitud siempre es felicidad. Alma no estaba hablando se esta vida terrenal cuando hizo esa declaración, sino de la resurrección. Sé, por experiencia personal, que Dios no le garantiza felicidad a los justos en esta vida mortal. Durante esta vida, Dios no premia siempre al justo ni castiga siempre al pecador. Muchas veces los más pecadores parecen ser los que más disfrutan de la vida y los justos son los que sufren. Nuestro éxito en esta vida depende de muchos factores además de nuestro esfuerzo personal, y lo que uno podría considerar una "bendición" es, para otro, una maldición.


Cuando Alma bautizó en las Aguas de Mormón, la prueba de ser miembro era la de "estar dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras… estar dispuestos a llorar con los que lloran… y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieses, aun hasta la muerte" (Mosiah 18:8-10).

A veces suponemos que ser miembros de la Iglesia significa asistir a las reuniones de la Iglesia y al templo, tener noches de hogar y hacer todas las otras cosas que los mormones hacen. En realidad, ser miembros de la Iglesia significa ser parte de la familia de Dios. Cuando Alma bautizó en las Aguas de Mormón, la prueba de ser miembro era la de "estar dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras… estar dispuestos a llorar con los que lloran… y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieses, aun hasta la muerte" (Mosiah 18:8-10).Hoy muchos santos podrían beneficiarse si pusieran más énfasis en consolar a los que necesitan de consuelo y llevar las cargas los unos de los otros. Una sabia amiga mía me ofreció una crítica de las iglesias de hoy que, me temo, también se aplica a nuestra iglesia. Me dijo: "El problema con las iglesias es que deberían ser hospitales para los pecadores, pero las hemos convertido en museos para los santos". Jesucristo condenó más severamente a los que condenaban a los pecadores que al pecado mismo. Qué fácilmente olvidamos el desafío de Cristo de vendar las heridas, calmar el dolor, dar consuelo a los que lloran, y practicar la compasión del Buen Samaritano. Si el SIDA es la lepra de hoy, entonces nuestra respuesta debe responder al mandato que Jesús le dio a sus discípulos: "Ustedes recibieron gratis este poder; no cobren tampoco por emplearlo para ayudar a otros."

REF.: http://www.afirmacion.org/articulos/sida_lepra_y_enfermedad.shtml