sábado, 6 de enero de 2007

¡Oh, Está Todo Bien!

Santos, venid, sin miedo ni temor,
Mas con gozo andad,
Aunque cruel jornada ésta es,
Tal el mal, la bondad.
Mejor nos es el procurar,
Afán inútil alejar,
Y paz será el galardón,
¡Oh está todo bien!

(Himno ¡Oh, Está Todo Bien!, estrofa 1.).

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BRUS LEGUÁS CONTRERAS

ABRIL DE 2003.

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Este es el título de uno de nuestros himnos más emblemáticos y queridos, y plenos de contenido. Es un himno que habla de sacrificios indecibles, de muertes, de enfermedades, de exclusiones, de discriminaciones, de odios, de condenaciones, de intolerancias, de hambres, de fríos, de lluvias y aguaceros que amenazaron la vida de miles de personas. Habla de esforzarse por alcanzar las metas más elevadas, habla de determinación, habla de fe.

En efecto, “el éxodo de los mormones de Nauvoo, Illinois, en febrero de 1846 constituye uno de los acontecimientos épicos de la historia de la exploración y colonización de los Estados Unidos. En medio de un inclemente frío invernal cruzaron el río Misisipí con las pocas cosas que pudieron llevar consigo en sus carros, dejando a sus espaldas las casas que construyeron sobre lo que había sido los pantanos de Comerse durante los siete años que se les permitió vivir en Illinois. Delante de ellos se extendía el desierto, en su mayor parte desconocido e inexplorado.” (La Verdad Restaurada, página 96.).

Esta marcha forzada de miles de expatriados fue muy semejante al éxodo de los israelitas desde sus casas en Egipto hacia una Tierra Prometida que no habían visto. El 4 de febrero de 1846, Brigham Young y la primera compañía de emigrantes cruzaron el río en balsas, y a los pocos días el río se congeló lo suficiente como para permitir el paso de carros y caballos, lo que si bien facilitó y aceleró la salida de los santos, también les causó sufrimientos inmensos.

Los santos esperaban que Brigham Young los conduciría a un refugio en medio de las Montañas Rocosas, donde el profeta José Smith había predicho que llegarían a ser “un pueblo fuerte”.

Santos, venid, sin miedo ni temor,
Mas con gozo andad,
Aunque cruel jornada ésta es,
Tal el mal, la bondad.
Mejor nos es el procurar,
Afán inútil alejar,
Y paz será el galardón,
¡Oh está todo bien!


Después que los desterrados llegaron al territorio de Iowa, al otro lado del río Misisipí, se organizaron compañías de cien y se establecieron normas de conducta. Las compañías se subdividieron en grupos de cincuenta y de diez, cada cual supervisados por oficiales correspondientes.

Viajaron hacia el noroeste, por el territorio de Iowa, cruzando una región escasamente poblada entre los ríos Misisipí y Misurí. En los primeros días del éxodo la nieve alcanzaba una profundidad de quince a veinte centímetros, y sus carromatos cubiertos con toldos de lona les daban escasa protección contra los helados vientos del norte.

Con la llegada de la primavera la nieve se derritió y la marcha se hizo más dificultosa todavía. No existían caminos en la región hacia la cual se dirigían y por la que debían transitar, de manera que ellos mismos tenían que abrirse paso y abrir caminos para los que siguieran.

A veces era tan profundo el barro que se necesitaban hasta tres yuntas de bueyes para arrastrar una carga de doscientos treinta kilos. Al final del día, cuando caían rendidos de cansancio tras tirar y empujar los carros, cortar madera para hacer puentes, cargar y descargar carros para poder hacerlos avanzar en ciertos tramos, los viajeros descubrían que apenas habían avanzado unos diez kilómetros. La lluvia y el barro convertían sus campamentos en verdaderas ciénagas, y a causa de estas condiciones extremas que debieron sufrir y la alimentación inapropiada, murieron muchísimas personas.

Sin embargo, atenuaban sus pesares con diversiones que ellos mismos ideaban. Tenían su propia banda de guerra y hacían buen uso de ella. Los colonos de Iowa se asombraron de ver a estos exiliados despejar un trozo de tierra alrededor de sus fogatas y entonces ponerse a bailar y a cantar hasta que el clarín anunciaba que era ya la hora de acostarse.

Fue mientras se hallaban en estas dolorosas circunstancias que uno de ellos, William Clayton, escribió la letra del épico himno de las praderas, “Santos, venid, sin miedo ni temor, Mas con gozo andad.” Acoplada a la música de una antigua melodía inglesa, esta canción se convirtió en un himno de fe y esperanza para los muchos millares de pioneros mormones. Quizá no haya ninguna otra cosa que tan acertadamente exprese el espíritu de este éxodo hacia una nueva tierra de paz, sosiego y tranquilidad.

En la actualidad, la mayor parte de nosotros estamos en este mismo predicamento.
Obviamente, la situación no es tan extrema como la que tuvieron que vivir y padecer los Santos durante la primera mitad del siglo XIX.

¡Por qué decís, es dura la porción?
Es error; no temáis
¿Por qué pensáis ganar gran galardón,
Si luchar evitáis?
Ceñid los lomos con valor,
Jamás os puede Dios dejar,
Y el refrán ya cantaréis
¡Oh está todo bien!


A partir del 4 de febrero de 1846, alguien que estuviera en la ribera poniente del río Misisipí habría sido testigo de algo inusual, de una sucesión de eventos poco comunes. En esa fecha, una gran cantidad de carretas tiradas por caballos y por bueyes, cubiertas con lona blanca y cargadas con artículos domésticos, provisiones e implementos de labranza, subieron en el muelle de Nauvoo a embarcaciones y cruzaron el gran Padre de las Aguas. Al llegar a la orilla occidental, las carretas se dirigieron hacia el Oeste por la pradera y desaparecieron a la distancia, dejando una senda bien marcada en la nieve que acababa de caer.

Dos días después las siguieron otras seis carretas, equipadas de manera parecida. Estas también pronto se perdieron hacia el Oeste. Como a diez kilómetros del río hicieron alto, a orillas del Sugar Creek, limpiaron la nieve del terreno y levantaron un campamento. Las personas que habían enfilado hacia el Oeste en carretas en medio del invierno y de la nieve habían abandonado sus cómodas casas en Nauvoo, y constituían la avanzada de quince mil hombres, mujeres y niños que habían sido expulsados de su amada ciudad, ciudad que levantaron con sus esfuerzos: Nauvoo.

Durante los días que siguieron, cientos de carretas cruzaron el río y la gran extensión nevada en grandes caravanas. Los emigrantes formaron así una línea ininterrumpida. Varias barcazas, algunos barcos viejos y una cantidad de botecillos, que formaban una flota bastante grande, trabajaron día y noche cruzando a los santos desde Nauvoo hacia la orilla occidental del río.

El 15 de febrero, Brigham Young y los miembros del Consejo de los Doce cruzaron el río con sus familias en dirección a Sugar Creek, con temperaturas bajo cero. El día 25, Charles C. Rich cruzó el río cerca de Montrose a pie sobre el río congelado. Los siguientes días fueron testigos de un muy extraño espectáculo. Largas caravanas cruzaban el Misisipí sobre un piso de hielo sólido que se extendía desde la una a la otra orilla por una distancia de más de un kilómetro y medio. Algunos días después este singular camino se rompió y la caravana se interrumpió, a la vez que grandes trozos de hielo flotaban sobre las aguas. Pero la demora fue temporal, y los botes comenzaron a cruzar el río de nuevo y nuevas caravanas puntearon la llanura helada en medio del intolerable frío de ese invierno.

El gran éxodo del pueblo mormón había comenzado.

A pesar de todos los esfuerzos de los líderes, el intenso frío y la falta de preparación y organización produjo muchos sufrimientos mientras acampaban en Sugar Creek.

Para el 1 de marzo de ese año más de cinco mil mormones se encontraban tiritando bajo el inadecuado resguardo de las cubiertas de carretas, tiendas de campaña y de los bosques, desnudos por el invierno, que había junto a riachuelos. Sus sufrimientos nunca han sido contados debidamente. Nunca se podría describir todo el sufrimiento que hubieron de padecer los santos expulsados de sus casas y acampados en medio de la nieve y del frío. Para darse uno cabal cuenta de lo cruel que fue ese éxodo obligado, y la mala época en que ocurrió, debe recordar que en una sola noche nacieron nueve niños bajo estas condiciones aflictivas.

Las violentas tormentas y el excesivo frío acabaron con la energía y la vitalidad de las personas. Las mujeres y los niños recién nacidos eran quienes más sufrían. Las mujeres daban a luz sus hijos en casi toda situación imaginable, menos en las condiciones a las que estaban acostumbradas. Algunas en carretas, otras en tiendas de campaña, bajo aguaceros y nevadas. Uno de eso nacimientos ocurrió bajo el escaso abrigo de un cobertizo cuyos lados estaban formados por frazadas sostenidas en varas clavadas al suelo y cuyo techo de corteza daba paso libre a la lluvia: en esas condiciones, algunas piadosas mujeres estuvieron ocupadas incansablemente recogiendo el agua que caía en vasijas para proteger al recién nacido y a su madre de la lluvia.

Muchas mujeres debían caminar todo el día bajo la lluvia o bajo el sol, y por la noche preparaban la comida para sus familias, sin tiendas que les dieran abrigo. Después hacían sus camas dentro de las carretas o debajo de ellas, en las que llevaban todas sus posesiones materiales. Muy frecuentemente una madre, olvidando su propia fatiga y sentimiento de destitución, se esforzaba por preparar en la forma más apetecible los alimentos que les habían tocado, y al repartirlos trataban de alegrar el corazón de sus hijos sin hogar, mientras, muy seguramente, su propio corazón se alzaba al Padre Celestial en ferviente oración para que su vida fuera preservada.

Sobre estas dolorosas escenas, un poeta anónimo del campamento escribió:

Dios tenga piedad de los exiliados, cuando arrecien las tormentas.
Cuando las nubes de nieve estén cerca de la tierra,
Cuando ráfagas de frío, en escarchado ambiente,
Traspasen sus tiendas cual ángeles de muerte.
Cuando se oiga el llanto agudo del niño que nació.
Y en ruego a Jehová, por sus amados la voz del padre prorrumpa en oración.


El 1 de marzo, quinientas carretas, oyendo la voz de Brigham Young, salieron del campamento de Sugar Creek y avanzaron penosamente ocho kilómetros en medio de la nieve y del barro. Detuvieron las carretas, limpiaron el terreno y levantaron las tiendas para acampar. Esa penosa marcha se repitió diariamente hasta que llegaron al río Chariton, donde se detuvieron por varios días.

Muchos fueron los sufrimientos que debió arrostrar esta gente por su religión, y muchos los sacrificios que debieron hacer. Una de estas historias de sacrificio es la siguiente:
“Orson Spencer era un graduado de una universidad del este, y habiendo estudiado para ministro, llegó a ser un popular predicador de la Iglesia Bautista. En una reunión con un élder mormón, conoció las enseñanzas de José Smith y las aceptó. Antes de hacerlo, sin embargo, él y su joven y muy educada esposa, calcularon el riesgo, pusieron su corazón sobre el altar e hicieron el sacrificio. ¡Qué pocos se dan cuenta de lo que costaba llegar a ser mormón en esos primeros días! Ya no había hogar, amigos, ocupación, popularidad, ni nada de lo que hace placentera la vida. Casi de un día para otro eran extraños hasta para sus propios parientes.

“Después de dejar Nauvoo, la esposa, delicada y frágil de salud, se hundió rápidamente bajo el peso de las penalidades que constantemente se acumulaban sobre ellos. El marido, apenado, escribió a los padres de ella implorándole que la recibieran en su hogar hasta que los santos pudieran encontrar un lugar donde quedarse para siempre. La respuesta que recibieron fue: ‘Que renuncie a su fe degradante y podrá regresar, pero nunca antes’.

“Cuando se le leyó la carta, ella le pidió a su esposo que trajera la Biblia, la abriera en el libro de Rut y leyera del primer capítulo los versículos dieciséis y diecisiete: ‘No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.’

“Ni un murmullo escapó de sus labios. La tormenta era dura y la cubierta de la carreta dejaba pasar la lluvia. Varios amigos sostenían vasijas sobre su cama para que no se mojara. En esas condiciones, en paz y sin ningún sufrimiento aparente, su espíritu levantó vuelo y su cuerpo fue sepultado al lado del camino.” (Memoirs of John R. Young, Pionero de Utah, 1847, capítulo 2, páginas 17, 18.).

No obstante, el éxodo obligado de los santos desde Nauvoo hacia el Oeste, hacia tierras desconocidas y por llanuras donde carecían de todo, tuvo también su lado amable. John Taylor, después de contar sus penalidades y sufrimientos, en una comunicación a los santos en Inglaterra, escribió:

“Sobrevivimos a las escenas de tribulación, nos sentíamos contentos y felices, los cantos de Sión sonaban de carreta en carreta, de tienda en tienda; el sonido vibraba por los bosques y su eco volvía de las colinas distantes; la paz, la armonía y el contento reinaban en las habitaciones de los santos. [...] El Dios de Israel está con nosotros. [...] Y al viajar, como lo hizo Abraham en la antigüedad, a una tierra distante, sentimos que como él, estamos cumpliendo la voluntad de nuestro Padre Celestial y dependemos de su palabra y de sus promesas; y teniendo su bendición, sentimos que somos hijos de la misma promesa y esperanza, y que el gran Jehová es nuestro Dios.” (Millennial Star, volumen 8, números 7, 8.).

¿Por qué decís, es dura la porción?
Es error; no temáis

Algunos de los santos no tenían en esos entonces el punto de vista correcto acerca de lo que estaba sucediendo y de lo que estaban afrontando, y se quejaron, como los hijos de Israel en el desierto, camino a la Tierra Prometida. Hay muchos paralelos entre ambas historias. Los hijos de Israel del tiempo de Moisés habían dejado la seguridad de sus casas, la buena comida y la perspectiva de, aunque esclavos, adquirir mayores bienes y tener una vida más holgada y fácil que caminando por el desierto hacia una tierra que ninguno de ellos había visto. La primera queja fue apenas salidos de Egipto con mano alzada y con el despojo de Egipto, ante el mar Rojo: “Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué lo has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los Egipcios? Que mejor nos fuera servir a los Egipcios, que morir nosotros en el desierto.” (Éxodo 14:11, 12; Versión Reina-Valera de 1909.).

Después, entre otras ocasiones de murmurar, encontraron que en el desierto no había todo lo que deseaban para comer. “Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; Y decíanles los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de las carnes, cuando comíamos pan en hartura; pues nos habéis sacado a este desierto, para matar de hambre a toda esta multitud.” (Éxodo 16:2, 3; Versión Reina-Valera de 1909.).

Por eso se quejaban. Echaban de menos las cebollas, los ajos, los melones,... no habían adquirido conciencia que habían iniciado un movimiento que los llevaría a la libertad, a una tierra que les sería propia y donde podrían progresar y adquirir mucho más que lo que estaban dejando en Egipto. A pesar de que Dios les proveía a diario con el maná, murmuraban y se quejaban: “Y el vulgo que había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: ¡Quién nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los cohombros, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: Y ahora nuestra alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos.” (Números 11:4-6; Versión Reina-Valera de 1909.).

Muchos de los santos que se quejaban echaban de menos las comodidades de sus casas bien calefaccionadas con chimeneas, echaban de menos los bienes que habían dejado, la buena comida de que disfrutaban en Nauvoo. Y no habían adquirido conciencia de que estaban iniciando un movimiento que los llevaría a la plena libertad, a una tierra que nadie había visto, es cierto, pero que era su propia y particular Tierra Prometida, donde el Profeta les había dicho antes de morir como mártir que iban a prosperar y llegarían a ser un pueblo fuerte. Los que murmuraban contra Brigham Young y los otros que los guiaban habían perdido en cierta medida el Espíritu y el objetivo verdadero tras el éxodo que habían iniciado en pleno invierno.

Así mismo ocurre hoy en día entre los Santos gays y lesbianas. A medida que van saliendo, por así decirlo, de la opresión en que se hallaban, echan de menos la seguridad del anonimato, se lamentan de que pueden quedar expuestos a las burlas, la condenación, la discriminación y la exclusión. Temen caminar hacia la nueva Tierra Prometida espiritual, hacia el tiempo en que ya no será necesario esconderse para ser libremente quienes somos. no estamos caminando hacia un lugar físico de recogimiento, donde adquiriremos libertad no solamente para ser quienes somos, sino también para adorar a nuestro Padre Celestial con Espíritu y con verdad. Muchos se quejan de lo que tienen que dejar atrás, de lo cómodo que era vivir en el anonimato, sin despertar sospechas, fingiendo ser otras personas, casándose incluso para ocultar su otra vida, su vida interior, esa vida que uno trata mentirosamente muchas veces de ocultar, mintiéndose a uno mismo con que nadie más sabe de su verdad. Sin embargo, eso es tratar de ocultar la luz del sol con un dedo. Porque nuestro Padre Celestial todo lo sabe. Nada escapa a su conocimiento.
Obviamente que si a alguien uno debe temerle es al Padre Celestial, quien todo lo sabe, a quien nada escapa, y quien todo lo ve.

Nos quedan todavía resabios de la hipocresía social que condenamos. Creemos que no importa que Dios nos vea y que sepa de nuestra verdad. De nuevo, la hipocresía que llevamos grabada como a fuego en nuestro ser interior es más poderosa y determina nuestras actitudes. “No importa que la casa se queme, pero que no salga humo” es la máxima de muchos de nosotros todavía a estas alturas de nuestras vidas y de la historia. Es decir, no importa que uno sea homosexual y que practique su homosexualidad, pero que en la Iglesia no se enteren, y ojalá tampoco la familia ni los amigos. Que nuestro Padre Celestial lo sepa parece no ser muy importante para muchos de nosotros. Y, en el análisis final, en realidad lo que debería preocuparnos no es si los amigos, la familia y la Iglesia lo saben, sino si nuestro Padre Celestial lo sabe, y cómo ve Él el que nosotros seamos homosexuales.

¿Por qué pensáis ganar gran galardón,
Si luchar evitáis?

Algunos de los hijos de Israel del tiempo de Moisés estaban ansiosos, sin embargo, de obtener el dominio de la Tierra Prometida, pero temían el tener que luchar contra los cananeos que la ocupaban desde tiempos antiguos. Después que los espías enviados a observar la tierra de Canaán volvieron e informaron sobre lo que vieron, el pueblo se asustó mucho, y desearon no estar allí. “Entonces toda la congregación gritó, y dio voces; y el pueblo lloró aquella noche. Y se quejaron contra Moisés y contra Aarón todos los hijos de Israel; y les dijo toda la multitud: ¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto.” (Números 14:1-4; Versión Reina-Valera Revisada de 1960.).

Incluso en tiempos del profeta José Smith surgieron traidores y enemigos que murmuraron pero, como si ello fuera poco y muy poco, seguidamente conspiraron y complotaron para asesinar al Profeta y destruir a la Iglesia. Ellos deseaban volver a las cosas de atrás, a lo que habían dejado con el secreto deseo de verse resarcidos más allá de todo límite. Algunos creyeron que podían engañar a Dios y a los hombres simultáneamente. Pero finalmente sus planes secretos en contra del Profeta y de la Iglesia quedaron a descubierto, y fueron denunciados como lo que eran: enemigos de la verdad.[1]

Lo mismo ocurrió después de la muerte del Profeta. Sydney Rigdon fue uno que se distinguió por su oposición y murmuración en contra del Profeta. Al enterarse Rigdon de la muerte de José Smith se trasladó de nuevo a Nauvoo planeando hacerse con el poder de la Iglesia, ya que era todavía el Primer Consejero en la Presidencia. El 8 de agosto de 1844 por la mañana, Rigdon reunió a miembros de la Iglesia para referirse a su plan, aunque no tuvo el suficiente valor para someter a votación su propuesta de establecer un guardián sobre la Iglesia, que debía ser él mismo. Brigham Young, presente en esa reunión, se puso de pie al final para anunciar una reunión convocada por el Consejo de los Doce Apóstoles para las dos de la tarde.

Cuando llegó la hora, Brigham Young, presidente del Quórum de los Doce fue el primer discursante. Afirmó, hablando con gran poder, que la Iglesia es de Jesucristo y que continuaría hasta que Él regresara a la tierra para reinar en justicia. “Todos los poderes del sacerdocio permanecían con los Doce. Con la muerte del Presidente de la Iglesia, el quórum de la Primera Presidencia quedaba disuelto y el poder gobernante de la Iglesia yacía sobre los Doce hasta que ellos nombraran una nueva Presidencia mediante el espíritu de revelación y apoyado por el voto del pueblo.”[2]

Advirtiendo que los opositores a José Smith y enemigos de la Iglesia de Jesucristo actuarían esta vez para intentar destruir la obra de Dios, Brigham Young dijo: “Todos los que quieran llevarse un grupo de la Iglesia tras de sí, que lo hagan si pueden, pero no prosperarán.”[3]

De hecho, muchos tropezaron luego de la muerte del Profeta y se formaron sectas apóstatas, siendo las principales las de Strang, la de William Smith, la de Lyman Wight, la de Hedrick, la de Whitmer, y la auto denominada Iglesia Reorganizada.[4]

Y, de nuevo, muchos de nosotros pensamos que la Iglesia puede aceptarnos al final de cuentas si no hacemos escándalo, si no se sabe que existimos en realidad. La vieja política basada en el también antiguo adagio: “No importa que la casa se queme, pero que no salga humo.” De nuevo, lo que prima es la hipocresía derivada de la manera en que nos encaramos a las cosas. Se puede ser homosexual, pero sin que se practique la homosexualidad. Y, de nuevo, no importa que Dios lo sepa, que las Escrituras nos condenen, que el Espíritu se retire de uno por que es homosexual: pero que en la Iglesia no se sepa, que los líderes no lo sepan, que la Iglesia no lo sepa.

Los santos que tuvieron que salir de Nauvoo ante la persecución inmisericorde de que fueron objeto por las gentes de Illinois y Missouri, no temieron en modo alguno a lo que tenían ante ellos. Es cierto que hubo murmuraciones y dudas y hasta enemistades y denunciaciones en contra de los líderes y las Autoridades Generales de la Iglesia en ese tiempo. Pero la inmensa mayoría aceptó el desafío de buenas a primeras. Los enemigos de la verdad ya habían quedado atrás, y se habían retirado a otros lugares para escapar de los enemigos de la Iglesia o para ponerse a salvo y también conspirar con ellos en contra de la Iglesia fiel y leal a Dios y a sus Autoridades legítimamente establecidas.

Los santos de ese período sabían que tenían que luchar. Muchos fueron los que murieron a lo largo del camino, en su éxodo hacia una tierra que no conocían, que si siquiera sabían cómo era, pero que sabían que era su destino, era el lugar donde prosperarían y se convertirían en un pueblo fuerte y libre de las maquinaciones de sus enemigos.

Se atrevieron a luchar por lo que era justo, por su posición en la vida y en la tierra. Se les habían negado hasta los más mínimos derechos que son inconculcables a toda persona humana por el mero hecho de su dignidad natural, porque está hecha a imagen y semejanza de Dios. Ni siquiera tuvieron piedad sus enemigos de los niños pequeños ni de las mujeres embarazadas. Tenían que irse de su ciudad, de sus casas y de sus pertenencias y bienes que habían conseguido con tanto esfuerzo, trabajo y sacrificio. Los santos de ese tiempo no temieron dejar sus casas y todos sus bienes y sus comodidades y su comida para aventurarse a un viaje que no sabían cuánto tiempo les tomaría ni a dónde los conduciría. Tenían fe. Y estaban decididos a sacrificar sus vidas si era necesario para arribar a esa Tierra Prometida por su Padre Celestial a través de su Profeta.

Ceñid los lomos con valor,
Jamás os puede Dios dejar,


Los himnos de Sión resonaban a través de las desoladas llanuras y en medio de lo bosques y las quebradas donde se detenían para pasar la noche y reponer sus fuerzas en medio del invierno. Desde que salieron de Nauvoo cruzando el Mississipi solamente vieron sufrimientos, temores de todas clases, privaciones, enfermedades y muerte por doquier. Pero, por sobre todo, su voluntad férrea basada en su fe, les ayudó en todo momento, incluso en los momentos más difíciles que debieron soportar. Algunas mujeres dieron a luz a sus hijos solamente para morir en el trabajo del parto y dejar a sus maridos solos y con la carga penosa de tener que cuidar de sus familias en todos los respectos, tragarse el dolor y la amargura de la pérdida, y continuar adelante, en busca de Sión.

Y, sin embargo, en medio de todas sus tribulaciones, siempre resultó cierto el refrán hecho canción: Jamás os puede Dios dejar. Sostenidos en su fe y en consuelo y apoyo de las Escrituras y de sus líderes, los santos continuaron marchando en busca de la Tierra de Promisión que les estaba reservada desde antes de la fundación del mundo.

Al meditar sobre lo que padecieron aquellos santos, no se puede menos que reconocer que ellos habían puesto en práctica el consejo divino: “Ceñid los lomos con valor.

El valor que les infundía su fe y que era sostenido por las palabras de sus líderes los sostuvo a todos en medio de sus sufrimientos hasta que finalmente pudieron llegar a su propio y debido lugar de recogimiento.

Y el refrán ya cantaréis
¡Oh está todo bien!

Finalmente, cuando los santos pudieron descansar de sus sufrimientos y opresiones en su propia Tierra de Promisión, la tierra que les había sido prometida y de la que les había hablado el Profeta como el lugar donde serían un pueblo fuerte y próspero, cantaron de todo corazón, como en los desiertos y llanuras desoladas por las que cruzaron: “¡Oh está todo bien!

Hoy en día, los santos gays y lesbianas tienen ante sí el desafío de enfrentarse a sus particulares circunstancias, de tomar sus carros de mano personales, sus dificultades, tribulaciones, dolores, autocondena, autoflagelo y todo lo negativo que han internalizado como consecuencia de su homosexualidad, y aventurarse valerosamente a través de las vastas llanuras desérticas y las interminables desolaciones de la ignorancia, la discriminación, la condena, la exclusión y el vilipendio, hacia su propio y debido lugar de recogimiento. No se trata esta vez de una tierra física, sino de un lugar espiritual, uno que está donde uno mismo vive, trabaja, estudia, o desarrolla su vida cotidiana.

Algunos de nosotros lograremos llegar a esa tierra luego de negarnos a nosotros mismos y aceptar el desafío, dejando atrás las comodidades de nuestros “hogares”, de nuestras “posiciones” en la Iglesia muchas veces, de las “verdades a medias” que hemos construido para nuestras familias, nuestros amigos y las personas con quienes trabajamos a diario. Otros no podremos con el precio, no estaremos dispuestos a pagar las consecuencias de aceptar el desafío y preferiremos quedarnos en “Egipto” para disfrutar todavía de la “carne”, de los “pepinos”, los “melones”, los “puerros”, las “cebollas” y los “ajos”, es decir, de todos los privilegios, honores y satisfacciones que derivamos a diario de nuestra vida cotidiana y doble. Muchos preferiremos permanecer ocultos, sabiendo en nuestro ser interior quiénes somos, pero todos los días asumiendo la careta, la máscara, y otras veces el engaño, la mentira y el embuste. Nadie puede condenarnos por elegir tal o cual forma de vivir. Es cierto que nadie escoge sus tribulaciones en la vida, pero sí todos tenemos la libertad de escoger la actitud que asumiremos hacia ellas.

Algunos tendremos la oportunidad de vivir y actuar concordantemente con la verdad, sin ocultar quienes somos, pero tampoco haciendo de ello motivo para una proclamación pública. Otros tendremos que aceptar que nuestras circunstancias propias nos impiden vivir concordantemente con la verdad. Cada cual tiene que sopesar en la vida la actitud que tendrá hacia tal o cual circunstancia o asunto en la vida. Y cada cual es responsable por ello. Pero nadie tiene derecho a descalificar o a condenar a alguien porque ha resuelto actuar o vivir de tal o cual manera.

Seis meses antes de morir, Ron Kershaw identificó la visión de lo que Afirmación había sido para él mismo desde su concepción. Ron asemejó esa visión al plan desarrollado por Brigham Young para ayudar a los santos a través de su viaje hacia el Oeste. Brigham sabía que aunque algunos de sus tenaces santos serían autosuficientes en su viaje, muchos de ellos requerirían asistencia de vez en cuando. Para proveer a sus necesidades, Brigham estableció el siguiente plan:

Como cada compañía de santos se movería hacia el Oeste, debían utilizar las vías y campamentos que hallaran a lo largo del camino. Algunos campamentos deberían tener albergues construidos y siembras plantadas para beneficio de quienes vinieran después. Los campamentos más grandes llegaron a ser verdaderas estaciones en el camino, con jefes de estación —individuos que deberían permanecer varios años proveyendo apoyo, confortando y aconsejando a los viajeros para que tomaran descanso, capearan las tormentas, o para recobrarse de enfermedades y heridas.

La imagen de Afirmación como una estación en el camino ha sido poderosa para mí. Cientos, si no miles, de santos gays y lesbianas se han beneficiado de la ayuda y la confortación provistas por los jefes de estación de Afirmación. El mensaje “no estás solo” y la seguridad de que otros han venido antes y que el camino es conocido a llevado a muchos a tomar fuerzas para encararse al rechazo de la familia y de la Iglesia.

Semejante en no poco a nuestros pioneros de antaño, algunos han muerto en el camino debido a la enfermedad, el quebranto y la debilidad. Algunas veces los jefes de estación solamente han sido capaces de afligirse con nosotros y ayudarnos a enterrar a nuestro muerto.

Desde que la primera visión de la organización fue concebida, Afirmación ha trabajado para establecer nuevas estaciones en el camino y para fortalecer y mejorar las ya existentes. Recientemente ha habido mucha discusión en cuanto a la mejor manera de proveer apoyo, confortamiento y consejo útil y práctico al continuo flujo de refugiados que vienen de “la persecución en el Este”. Este trabajo es importante y debe continuar; sin embargo, debido a un cambio histórico en la organización , está emergiendo una nueva visión.[5]

Hacia el sol, do Dios lo preparó,
Buscaremos lugar,
Do libres ya de miedo y dolor,
Santos puedan estar.
Cantemos, sí, en alta voz,
Dad glorias al Señor y Dios
Y más que todas el refrán,
¡Oh está todo bien!


“Hacia el sol, do Dios lo preparó”... Estas palabras expresan la esperanza y el anhelo de los Santos que huían de sus crueles perseguidores. En efecto, ellos habían creído que alcanzarían la paz y la tranquilidad en las tierras del estado de Illinois, o en Misurí, Por eso construyeron allí sus casas, levantaron allá un Templo para efectuar los oficios prescritos por nuestro Padre Celestial, y se dedicaron a sus cosas particulares y privadas también. Creían que era posible construir Sión en medio de sus enemigos. Pero no fue así. Fue por eso que el Señor inspiró a José a decirles a los Santos que un día deberían tomar nuevamente el camino del éxodo y caminar en busca de un nuevo lugar de refugio. Pero esta vez, en medio de las montañas, ellos llegarían a ser un pueblo fuerte.

“Hacia el sol, do Dios lo preparó, Buscaremos lugar”, cantaron hace más de un siglo los Santos, mientras iban por las desoladas llanuras, en invierno y después en medio del abrasador verano, hacia Sión, hacia su Tierra Prometida.

Ellos iban tras una tierra que podrían ocupar, “Do libres ya de miedo y dolor, Santos puedan estar.” Por medio del Profeta José Smith, el Señor les prometió esa tierra, entre las montañas, situada “hacia el sol”.

Y, en medio de sus tribulaciones, angustias, persecuciones y aflicciones cotidianas a manos de gentes que no los entendían ni les daban la más mínima tregua, ellos encontraban tiempo y alegría para expresar sus emociones y sentimientos. Y se animaban unos a otros: Cantemos, sí, en alta voz, Dad glorias al Señor y Dios, Y más que todas el refrán, ¡Oh está todo bien!”

Esa es una actitud mental apropiada para quienes saben quiénes son, de dónde vienen y hacia dónde van.

Do libres ya de miedo y dolor,
Santos puedan estar.


Ese es el lugar que deseamos todos: un lugar libre de miedo y de dolor, donde podamos vivir sin tener que estar pensando a cada instante como autojustificarnos en relación con el Evangelio y con la Iglesia, y cómo justificarnos ante los demás. Algunos han resuelto el tema de la justificación por medio de simplemente vivir vidas dobles, donde se parte de un acto de hipocresía y de engaño para buscar una salida y una solución a lo que consideran un “problema” grave en sus vidas. Otros han optado por alejarse de la Iglesia en un intento vano por escapar de la disciplina eclesiástica y de vivir lo más libres de opresión y de condenación que puedan, intentando huir de la exclusión, de la discriminación y de la condena que sienten es la actitud de la Iglesia hacia los homosexuales practicantes.

Afirmación ha estado trabajando a través de los pasados veinticinco años, y hasta este mismo día, de diferentes maneras, para proveer apoyo espiritual a todos quienes tengan dificultad, de alguna manera, para reconciliar su espiritualidad con su sexualidad.

Se entiende que la Iglesia oficial no va a entender ni a cambiar su forma de pensar, su punto de vista oficial, acerca de los homosexuales practicantes y de la homosexualidad por sí y ante sí como si de un milagro se tratara.

Antes que nada debemos entender que nuestros líderes y nuestras Autoridades Generales son personas, son humanos.

Nadie tiene la respuesta definitiva e infalible al por qué de la homosexualidad, ni tampoco al por qué existen personas homosexuales, bisexuales y lesbianas. Tampoco han dado satisfactoriamente la respuesta a este asunto aquellos que tienen la autoridad debida para preguntar al Señor en nombre de nosotros. Existen numerosos ejemplos de respuestas divinas recibidas en contestación a preguntas específicas hechas a Dios por el profeta José Smith. No quiero decir, ni quiero que parezca siquiera, que no apoyo al liderazgo de la Iglesia con todo mi corazón. Sé que ellos, las Autoridades Generales de la Iglesia, como los demás líderes locales que sirven en los diferentes llamamientos eclesiásticos, han sido llamados por Dios para el ministerio que están efectuando. Pero, también sé que si alguien es alguna vez llamado a servir como Autoridad General, talvez si como un Apóstol, por ejemplo, debería guardar sus pensamientos, sus opiniones y sus prejuicios personales, todos los cuales se habrán nutrido en el conocimiento de la época que le vio aparecer, y tratar por todo medio posible a su alcance de llegar al Señor con las preguntas de todos sus hermanos no heterosexuales, y tratar de interceder por ellos, por todos ellos. Los hombres somos hombres. Algunos somos homosexuales, y otros no. A estas alturas de mi vida, no fingiría ante nadie, ni por nada, que soy homosexual —al grado que tampoco puedo negar mi fe—, a pesar de las circunstancias. No es que sea valiente, que no tenga miedos y temores. Los tengo, y muchos. Soy cobarde en muchos respectos. Pero a través de los años, después de luchar en contra de mi naturaleza por más de veinte años antes de atreverme a salir del armario, he llegado a entender que es mucho más difícil que siga perpetuando lo que alguna vez vi como la solución al problema. La doble vida. Tengo mala memoria. A menudo me sorprendo con que hay cosas que no puedo recordar muy bien. Por eso es que si llevara una doble vida, ya me habría quedado en evidencia hace mucho tiempo.

Me irrita, sin embargo, la manera en que los homosexuales somos “barridos debajo de la alfombra” de la sociedad mormona, por así decirlo, como es también el caso entre las demás iglesias de la cristiandad (salvo muy escasos y honrosos ejemplos). Y me entristece, también, que nosotros mismos no hagamos nada para quitarnos de encima esa “alfombra”, sacudírnosla, y ponernos de pie para que todos nos vean, y para que, entonces, todos sepan que existimos, y quiénes somos. Gracias a Dios que han surgido una serie de organizaciones y entidades que han tomado la iniciativa, ya que ésta no fue tomada por la Iglesia mormona institucional, demasiado apegada a una moral conservadora absolutamente fuera de tiempo, ni por las demás iglesias principales que existen hoy en día.

Desde hace algún tiempo a esta parte, una serie de medidas adoptadas por ciertas iglesias o cuerpos jerárquicos de iglesias han venido a remediar ciertas injusticias que por siglos se han perpetrado en contra de los homosexuales. Este es el caso de ciertas entidades, como, por ejemplo, un sector de la Iglesia Metodista Unida, otro de la Iglesia Anglicana, ciertos sectores de la Iglesia Católica Romana, la Iglesia Luterana, la Iglesia Presbiteriana Unida, la Iglesia Unida de Cristo, la Iglesia Episcopal, y muchas otras. Incluso, cuando la oposición jerárquica ha sido demasiado gravosa, ha llegado ha ocurrir lo que en 1969 dio nacimiento a la primera Iglesia homosexual, la que se organizó en Los Angeles, Estados Unidos, bajo la dirección del reverendo Troy Perry, quien anteriormente fuera un pastor pentecostal, casado y con hijos, hasta que descubrió su homosexualidad y fue expulsado del ministerio. Actualmente, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana original se ha extendido a través de todo los Estados Unidos y ha llegado hasta Europa, Sudamérica y otras áreas del planeta, siendo conocida también como la Iglesia de la Fraternidad Universal de la Comunidad Metropolitana. En la actualidad, la Iglesia de la Comunidad Metropolitana efectúa algunas actividades en Chile bajo la supervisión de la sede de Buenos Aires. Dentro de las iglesias que no han experimentado escisiones de esta naturaleza, se han formado una serie de organizaciones, ilegales para las respectivas jerarquías eclesiásticas. Tal es el caso de Dignidad, organización homosexual católica romana, Conexión, formada por hombres y mujeres homosexuales adventistas del séptimo día, ACB, A Common Bond, actualmente con actividades en los EE.UU., Europa y Canadá principalmente, y con algunos grupos pequeños en Sudamérica, formada por testigos de Jehová. Los mormones contamos con Afirmación: Mormones Gays y Mormonas Lesbianas, que ha tomado la iniciativa que nuestra Iglesia no ha tomado, para ayudarnos a ponernos de pie y a adquirir conciencia de nosotros mismos. Y no en una forma rebelde, sino de una manera positiva, de obediencia a nuestros líderes en la Iglesia, pero también de auto-respeto. Ciertamente, los homosexuales no deberíamos ser tratados de la manera en que lo hace la Iglesia, que parece ignorar nuestra existencia, como si fuéramos invisibles, como si no existiéramos.

Aunque gran parte de la responsabilidad por esa “invisibilidad” y por esa “inexistencia” es nuestra de muchas maneras, porque insistimos todavía en que la Iglesia institucional actuará en nuestro favor sin siquiera saber que existimos. La Iglesia no tomará acciones si no tiene clara nuestra existencia. Y nuestra existencia nunca quedará clara si no somos visibles.

Es dolorosamente claro que nosotros, los homosexuales mormones no estamos siendo debida y apropiadamente consolados, aconsejados y guiados por nuestros líderes eclesiásticos, como lo dicen las Escrituras y los mensajes de nuestras Autoridades Generales de la Iglesia. Tal es el caso de los homosexuales miembros de cualesquiera de las otras iglesias de la cristiandad, a quienes sus jerarquías pretenden ignorar. Una alarmante y conmovedora cantidad de suicidios atestiguan este terrible hecho. Hay momentos en que uno se encuentra y se siente total y absolutamente solo. Uno se da cuenta de que carece de la compañía del amor, sin alguien a quien amar, o sin el alivio y el consuelo que proporcionan el afecto de alguien muy cercano a uno. Uno se halla en una agonía desgarradora, que le destroza el corazón, debido a que se encuentra entrampado y atrapado en ese cruel y frío vacío que existe entre el ser un homosexual mormón restringido y reprimido y el ser un mormón homosexual libre de toda restricción.

Esta especie de política segregacionista terminó para nuestros hermanas y hermanos negros en 1978. Ocho años después me uní a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Recuerdo cuán ofendido me sentía por la adversa situación de los mormones negros hasta antes de ese año. Cuando me convertí al mormonismo, evidentemente, no tenía ni idea siquiera de que yo mismo habría de encararme a un predicamento similar de discriminación sexual. La sociedad tiene un gran poder de control e influencia sobre el desarrollo de la doctrina del Evangelio, como el mismísimo Profeta de la Restauración, el profeta José Smith, lo notó y lo experimentó en sus días. Verdaderamente, los caminos del Señor no son nuestros caminos, como tantas y tantas veces nos lo ha dicho Él. Por eso, me pregunto, ¿cómo podemos asumir, dentro de la Iglesia, que sabemos todo lo que se puede saber acerca de un tema que afecta a un tan vasto número de hijas e hijos de nuestro Padre Celestial, cuando sabemos que existen muchas cosas que no han sido reveladas todavía?

"Recuerdo una historia verdadera, que la relató un miembro de la Iglesia.

"Un joven, casualmente se halló con un punto doctrinal que era algo inusual. El habló sobre este asunto a su presidente del quórum de élderes y, después de analizarlo, le dijo: “No. No es correcto.” Pero, el joven siguió sintiendo en su corazón que sí era correcto. Así, pues, acudió a su obispo, y luego a su presidente de estaca, inquiriendo de ellos acerca de este asunto. Ellos le corroboraron lo que anteriormente había dicho su presidente del quórum de élderes: “No. No es correcto.” El joven se desilusionó. Pero, en cuanto tuvo la oportunidad de hablar con una Autoridad General, sintió que debía perseverar y preguntarle. Luego de confiarle el asunto que le preocupaba, la Autoridad General, le dijo: “Sí. Es correcto.” El joven quedó —comprensiblemente— asombrado y hasta confundido. Cuando le refirió las opiniones de sus otros líderes eclesiásticos, el bondadoso hombre de Dios asintió con una conocida sonrisa, y simplemente le dijo: “Bueno, déjelos que encuentren la salida por ellos mismos.”

"Soy comprensivo, y tengo algo de paciencia también. Eso, al menos, creo yo. Sé que soy homosexual. Y sé, positivamente, que nuestro Padre Celestial sabe perfectamente bien que soy homosexual, y eso es algo que no está oculto a Su conocimiento, ni jamás podría estarlo. Y sé que Él de veras me ama, que me ama y me considera Su hijo también, y no me odia ni me rechaza por mi orientación sexual. Él me considera Su hijo. Soy Su hijo. Sólo deseo que las demás personas puedan aceptar este simple y sencillo hecho. Pero sé que los demás no pueden entenderlo, porque sus facultades y su capacidad mentales no se lo permiten. En estos momentos, recuerdo ciertas palabras de Jesucristo, en cuanto al propósito de las parábolas, que se encuentran en el Evangelio de Mateo: “A vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden.” (Mateo 13:11‑13; “Biblia de Referencia Thompson” de la Versión Reina‑Valera Revisada de 1960; cursivas añadidas.). Los demás nunca van a entender de buenas a primeras. Pero el que lo hicieran podría hacer que la felicidad y la comprensión fueran más fáciles de alcanzar para todos."

Y el apóstol Pablo, a quien acusan de tantas cosas quienes no entienden realmente las Escrituras, ¿acaso no tuvo una opinión modelada sobre el ejemplo de Jesucristo? “Gozaos en el Señor siempre: otra vez digo: Que os gocéis. Vuestra modestia sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos; sino sean notorias vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con hacimiento de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepuja todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros entendimientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si alguna alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz será con vosotros.” (Filipenses 4:4-9; Versión Reina-Valera de 1909.). Esa es la actitud mental de los apóstoles antiguos y de Jesucristo.

"Mientras tanto, nosotros, que tenemos un entendimiento más amplio de lo que es el Evangelio y de lo que nuestro Padre Celestial dice, tenemos que ser pacientes y dejar que, con el tiempo, nuestros líderes locales y nuestras Autoridades Generales encuentren la salida por ellos mismos, con la ayuda del Espíritu. Hasta ese momento, debemos ser comprensivos con ellos, debido a sus carencias y a sus dificultades en cuanto a escuchar al Espíritu, y debemos entender y saber que ellos hacen todo lo que pueden, y lo mejor que pueden, por conducir a la Iglesia de la manera más apropiada, de acuerdo a su propio conocimiento y sus habilidades personales para cumplir con sus llamamientos."

Aunque morir nos toca sin llegar,
Que feliz al sentir,
Ya sin afán, sin penas o dolor,
Con los justos vivir.
Mas si la vida Dios nos da
De congregar en paz allá,
Alcemos alto el refrán,
¡Oh está todo bien!


Como ya he dicho anteriormente, las extremas condiciones a las que se vieron expuestos los santos causaron muchísimas muertes.

Fueron numerosos los entierros a la vera del camino. Hacían un rústico cajón de madera de álamo, se realizaban breves servicios fúnebres y los amados dolientes del fallecido nuevamente tenían que volver a sus pasos y a sus yuntas de bueyes hacia el Oeste, sabiendo que jamás volverían a pasar por allí. Causa asombro todavía que esta gente no se haya vuelto cruel y vengativa, particularmente cuando recordaban sus cómodos hogares que para entonces los grupos de exaltados anti mormones de Illinois habían saqueado e incendiado, como hicieron con el templo de Nauvoo.

“[...] resguardados solamente por la oscuridad, sin techo entre ellos y el cielo, me encontré a varios cientos de personas que dormían sobre el duro suelo y despertaron de su sueño al oír que me acercaba. Pasando por entre ellos me encontré con que la luz provenía de una vela de sebo en un papel en forma de embudo, como las que usan los vendedores callejeros de manzanas y maní, y que brillando y flameando en el aire helado a un lado del agua, alumbraba los rasgos extenuados de un hombre en el último estado de una fiebre biliosa remitente. Habían hecho por él lo más que podían. Sobre su cabeza tenía algo así como una tienda de campaña hecha con una o dos sábanas, y descansando sobre un colchón parcialmente rasgado, con un cojín de sofá a guisa de almohada. Su mandíbula colgante y sus ojos vidriosos mostraban cuán corto tiempo gozaría de estos lujos.

“Eran en verdad terribles los sufrimientos de estos seres desamparados, doblados y acalambrados por el frío y el sol alternados, al pasar los días y las noches llenos de cansancio. Casi todos ellos eran víctimas lisiadas de la enfermedad. Estaban allí porque no tenían casas, ni hospitales, ni asilos para pobres, ni amigos que les ofrecieran amparo. No podían satisfacer los débiles anhelos de sus enfermos. No tenían pan para callar los recios gritos de hambre de sus hijos. Madres y niños, hijas y abuelos, todos ellos acostados se encontraban por igual vestidos con harapos, faltándoles hasta ropa para confortar a aquellos a los que la fiebre les llegaba hasta la médula.

“Estos eran los mormones, pasando hambre en el condado de Lee, Iowa, en la cuarta semana del mes de septiembre, en el año del Señor de 1846. La ciudad era Nauvoo, en Illinois, los mormones eran sus dueños y también los dueños del alegre campo que la rodeaba, y aquéllos que detuvieron sus arados, que silenciaron sus martillos, sus hachas, sus lanzaderas, y las ruedas de sus talleres, los que apagaron sus fuegos, comieron sus alimentos, arruinando sus huertas y pisoteando sus miles de hectáreas de grano aún sin cosechar, eran los que entonces se habían posesionado de sus habitaciones, los que bebían en su templo, el tumulto embriagado que insultaba los oídos de los que morían. No eran más de seiscientas cuarenta personas las que yacían así en las orillas del río, pero los mormones en Nauvoo habían sido más de veinte mil el año anterior. ¿Dónde estaban? La última vez que habían sido vistos, iban en dolorosas caravanas, cargando a sus enfermos y heridos, cojos y ciegos, desapareciendo por el horizonte hacia el oeste, persiguiendo el fantasma de otro lugar, casi nada se sabía de ellos y la gente se preguntaba con curiosidad cuál habría sido su suerte, cuál su fortuna.” (Thomas L. Kane, discurso ante la Sociedad Histórica de Filadelfia; Memoirs of John R. Young, Pionero de Utah, 1847, páginas 31-38.).

El resultado había sido de todas maneras glorioso, a pesar de todas las dificultades y penalidades.

En efecto, al aproximarse la compañía de pioneros a las montañas el viaje se hizo más difícil todavía de lo que había sido. Sus animales se hallaban rendidos y sus carros desgastados en extremo. Además, las pendientes y los desfiladeros de las montañas, con sus torrentes tempestuosos, inmensas rocas y abundante arbolado les causaban problemas muy distintos a los que habían conocido en los llanos que habían dejado atrás.

El 21 de julio de 1847, Orson Pratt y Erastus Snow, que iban a la vanguardia, entraron en el Valle del Lago Salado. Tres días después, Brigham Young, obligado a viajar más lentamente por motivo de su enfermedad, salió del desfiladero y contempló el valle. Después de una breve pausa, declaró con gesto profético: “¡Este es el lugar!”

Los santos habían arribado a la Tierra Prometida. Este era el sitio sobre el cual los miembros de la Iglesia llegarían a ser un pueblo fuerte en medio de las Montañas Rocosas. Dos horas después de la llegada del cuerpo principal de los pioneros se intentó arar la tierra por primera vez en el valle del Lago Salado. Pero la tierra estaba tan reseca y dura que se quebraron las puntas de los arados. Entonces se desvío el agua de uno de los arroyos que venían desde las montañas, se humedeció la tierra y de allí en adelante fue más fácil ararla. El 24 de julio sembraron papas, luego regaron la tierra y dieron inicio al sistema de riego en el valle.

Brigham Young llegó el sábado siguiente.

Los hombres, mujeres y niños que pertenecieron a esa época de pioneros han desaparecido. Se han acabado los días de marchas forzadas en pleno invierno, de casas incendiadas, de templos profanados, de sepulturas solitarias abandonadas en los yermos y desiertos. Ha surgido otra generación para la cual tales aflicciones no son más que parte de la historia.

Sin embargo, esta generación, como aquélla, también tiene sus dificultades, sus problemas. Y de nuevo necesitamos hacer un largo recorrido en busca de un lugar de recogimiento. Pero esta vez no es un lugar físico, es un lugar espiritual, uno que está incluso en el mismo lugar donde uno vive cotidianamente. Es cierto: nunca jamás ha habido mayor necesidad de religión. Raras han sido las ocasiones en que los hombres y las naciones se han encontrado tan lastimosamente desprovistos de los principios del cristianismo aplicados al diario vivir.

Hoy, como en el pasado, nosotros, los miembros homosexuales y bisexuales (hombres y mujeres) de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tenemos ante nosotros un largo camino por recorrer. Quizá sea el camino de toda una vida. Quizá sea el camino de muchas vidas. Es posible que algunos de nosotros no alcancemos a llegar al lugar anhelado donde poder congregarnos en seguridad.

Para nosotros, para todos nosotros, jamás este himno tendrá un valor medible. Siempre podremos encontrar en él esperanza y consuelo por todas nuestras tribulaciones. Siempre podremos sacar enseñanzas de él. Siempre podremos ver en nuestras vidas la repetición y ciertas analogías con el éxodo que tuvieron que realizar los santos en el siglo XIX.

Brigham Young visionó un valle en la cima de las montañas antes de haber siquiera estado allí. Esa visión fue suficiente para impeler a los santos a caminar hacia el Oeste. En Afirmación, también nosotros tenemos una visión de un futuro puerto seguro de temor y persecución —uno lo suficientemente poderoso como para inspirarnos a hacer el viaje.

La visión que estoy teniendo es todavía indistinta y oscura pero el puerto que yo espero nace de un deseo de justicia e igualdad social para todos los santos. Las lesbianas, los bisexuales y los gays tenemos un derecho legítimo en nuestra comunidad religiosa, y tenemos una responsabilidad para la siguiente generación. Soñemos un sueño y juntos lleguemos en una visión de seguridad para nosotros mismos y para aquellos en la Iglesia que siguen.

Si estamos aquí, en la Tierra, para ser objeto de habladurías, para ser vistos, tenidos, considerados, condenados y tratados como leprosos, ¿acaso el mismísimo Jesucristo no caminó entre ellos y los consideró como los suyos e hizo como si fuera parte de ellos?

Como mormón, espero el día en que una revelación especial sea dada al Profeta de nuestra Iglesia, y que esta revelación signifique al final el levantamiento de las drásticas sanciones que pesan sobre los miembros homosexuales de la Iglesia mormona. Hasta ese día, continuaré orando al Padre Celestial y Eterno, cuyo amor excede a todas las cosas, para que dé a las Autoridades Generales de la Iglesia la sabiduría y el buen sentido necesarios para que su actitud en lo que respecta a la homosexualidad y a los homosexuales no continúe siendo determinada por sus propios y personales prejuicios y preconceptos, sino que en todo reflejen la actitud mental de nuestro Señor, Jesucristo.
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[1] La Iglesia Restaurada, páginas 158-161.
[2] La Iglesia Restaurada, página 192.
[3] La Iglesia Restaurada, página 192.
[4] Comprehensive History of the Church, Roberts, volumen 2, páginas 413-438; The Vitality of Mormonism, Talmage, páginas 15-18; Essentials in Church History, Smith, páginas 385-389; Heart of Mormonism, Evans, páginas 242-246; 314-319; Succession in the Presidency of the Church, segunda edición, páginas 122 y siguientes; Far West Council Record, 15 de marzo de 1838; History of the Church, Período I, volumen 3, páginas 31, 32, y nota al pie de la página.
[5] La Primera Visión de Afirmación, Geoff McGrath, publicado en Affinity, la revista oficial de Affirmation,