sábado, 6 de enero de 2007

SOMOS LOS PIONEROS



SEGUNDA PARTE

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“Los de mi pueblo deben ser probados en todas las cosas, a fin de que estén preparados para recibir la gloria que tengo para ellos, sí, al gloria de Sión; y el que no aguanta el castigo, no es digno de mi reino. Aprenda sabiduría el ignorante, humillándose y suplicando al Señor su Dios, a fin de que sean abiertos sus ojos para que él vea, y sean destapados sus oídos para que oiga; porque se envía mi Espíritu al mundo para iluminar a los humildes y contritos, y para la condenación de los impíos. Vuestros hermanos os han rechazado a vosotros y a vuestro testimonio, sí, la nación que os ha expulsado.”
(Doctrina y Convenios 136:31-34.).



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BRUS LEGUÁS CONTRERAS
Junio de 2003

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En el anterior ensayo titulado “Somos los Pioneros”, me esforcé por presentar una manera no tan novedosa como documentada de lo que es nuestra misión como grupo de mormones gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros o con dudas sobre su orientación sexual. Para muchos ha resultado ser como poner ají en una herida abierta debido a las connotaciones de dicho ensayo. Si tal ha sido el resultado, está bastante alejado del objetivo inicial de dicho escrito. El objetivo de ese escrito fue el tratar de crear conciencia en las personas acerca de una realidad poco o nada estudiada desde el punto de vista de las Escrituras.

Y es que si de alguna manera somos los pioneros, no menos somos quienes abren camino para futuras generaciones más esclarecidas en el tema de la sexualidad humana desde una perspectiva basada en las Escrituras y en la revelación. Pero, para ser pioneros se necesita, sobre todo, decisión y un espíritu que no se amolda a los dictados ajenos. Los pioneros que durante la primera mitad del siglo XIX se decidieron a buscar su propio lugar de recogimiento no midieron las consecuencias ni los sacrificios que habrían de enfrentar. En parte ello fue porque no sabían en realidad cuál sería el costo de su decisión.

La decisión de los pioneros que se aventuraron en medio del crudo invierno a atravesar a través de territorios mayormente hostiles y donde no hallarían nada más que desolación y dificultades estaba basada en su conocimiento de que no podían renunciar a su fe y seguir viviendo como si nada en un medio que les era hostil solamente por sus creencias religiosas. Habría sido fácil para ellos renunciar a su fe y amoldarse a las circunstancias y a los deseos de las gentes no mormonas. Habría bastado con dejar su fe y repudiar lo que creían y habrían continuado en tranquila posesión de sus casas, de sus sembradíos y de sus comercios y demás bienes que poseían ya. Hasta el momento en que fueron obligados a dejar su ciudad, Nauvoo, ellos vivían en casas muy cómodas, con chimeneas que les proporcionaban calor y con graneros y alacenas repletos de todo lo que necesitaban para alimentarse e incluso para vender si era necesario y posible. Tenían ganados en abundancia. No necesitaban nada ni de nada para vivir tranquilos.

Hoy en día, muchos de los miembros gays y lesbianas de la Iglesia no desean tomar ninguna clase de riesgos. No desean salir de sus armarios. No podemos condenarlos. Ni siquiera podemos reprobar sus actitudes. Después de todo, ellos son sus propios y libres agentes. Tal como todo miembro de la Iglesia lo es, reconocidamente. Reconocemos a todos los miembros de la Iglesia, así como a quienes no lo son, el derecho a tomar sus propias decisiones para vivir sus vidas como mejor les parezca, y al grado que lo deseen y precisen. Algunos de quienes nos han escrito y han manifestado su deseo de participar desde el anonimato con nosotros, han expresado que le deben mucho a la Iglesia y a sus familias como manifestarse como quienes son. No les pedimos que salgan del clóset, ni tampoco que se manifiesten a sus familias. Eso no es necesario. Algunos lo hemos hecho. Otros no podemos por diversas circunstancias de la vida que todos debemos, asimismo, entender y comprender.

Algunos que nos han escrito, tienen responsabilidades muy elevadas dentro de la jerarquía de la Iglesia, como por ejemplo, O.H., quien actualmente es obispo en una ciudad del Norte Grande, o bien M.A.S., quien actualmente es Presidente de Estaca, o bien N.Z., o C.L., quienes no pueden, debido a sus circunstancias manifestarse como quienes realmente son, o bien Alejandro, que ha preferido colaborar con nosotros también, como las personas mencionadas, desde el anonimato, enviándonos mensajes de apoyo, suscribiéndose a nuestros objetivos, misión e ideología. No tenemos para ellos sino palabras de comprensión y de agradecimiento. Sabemos que sus circunstancias son graves y que salir del armario sería un precio elevadísimo para ellos en términos de relaciones familiares, sociales, económicas y eclesiásticas. Y tenemos, de nuevo, que entender. Entender y comprender. Entender y comprender que no todos tenemos las mismas circunstancias ni las mismas posibilidades. Y orar por ellos, porque nuestro Padre Celestial les ilumine y muestre el camino hacia la redención, hacia ser ellos mismos. Tal vez algún día puedan dejar de sufrir por las vidas que tienen que llevar obligados por las circunstancias.

Ellos también escriben la historia de los mormones gays y de las mormonas lesbianas. A su manera, también lo hacen.

Otros de nosotros, muchos en realidad, tenemos circunstancias que nos hacen difícil el participar de un grupo de apoyo como lo es Afirmación sin tener que exponerse a cosas que no deseamos. Todos tenemos miedo, a diferentes grados, pero los tenemos. Personalmente, no soy lo que pueda decirse un valiente ni nada de eso. Tengo mis miedos, mis temores. Todavía me cuesta mucho reconciliar algunos aspectos de mi vida personal con el evangelio debido a que desaprender errores no es fácil. De vez en cuando me sorprendo a mí mismo pensando en términos de pecaminosidad y de condena. Logro reaccionar cuando me doy cuenta que el amor de Cristo, el amor de nuestro Padre Celestial, excelen sobre todo y a todo. Entiendo y sé que nuestro Padre Celestial nos ama a todos por igual. Los homosexuales (hombres y mujeres) no somos producto de errores de la creación, ni tampoco somos productos defectuosos de nuestro Padre Celestial. Entiendo y sé que hay un propósito. Y un amigo y hermano en la fe, hace poco me dio una parte de la clave, cuando me decía que un día íbamos a entender claramente de qué se trata todo esto, cuando finalmente el velo de la ignorancia, la opresión, la discriminación, la intolerancia y la condena caiga y se reconozca que somos parte del plan de Dios.

No creo tampoco que estemos destinados desde todos los tiempos a la condena eterna. Tampoco creo que el objetivo fuera que permaneciéramos para siempre célibes y que como máximo pudiéramos aspirar a ser ángeles ministrantes en las edades futuras por venir. Creo en lo que dijo el Profeta. Creo que también hay un mundo de gloria, pero no de gloria de tercera o de cuarta clase. No es la gloria telestial ni la gloria de ser ángeles ministrantes. Creo que las palabras de José Smith indican un estado de gloria superior, el más elevado de todos. Todavía hay cosas que aprender y que internalizar en nuestra experiencia de vida. No estamos aquí para marcar el paso y contentarnos con algo ya preconcebido y menor. Estamos aquí para progresar, para ser ejemplares hijos e hijas de nuestro Padre y de nuestra Madre Celestiales. Y hemos de cumplir cabalmente con nuestra misión.

Seguramente, como lo dijo un hermano en la fe, ser mormón gay o mormona lesbiana no es para cobardes. Creo que fuimos espíritus especiales que en la preexistencia adquirimos el compromiso de desarrollar una tarea especial, de vivir de una manera tal que deberíamos ser muy especiales. No se puede decir que somos productos fallados o que hallamos venido a la Tierra para ser condenados. Si actualmente fuimos capaces de recibir y de adherirnos al Evangelio, es porque algo hay en ello.

Actualmente no podemos entender muchas cosas relacionadas con la sexualidad y la espiritualidad. En muchos respectos somos incapaces de entender, comprender e internalizar ciertos asuntos relacionados con la sexualidad. Es por eso que algunos de nosotros todavía vivimos la condena oficial de la Iglesia y lo hacemos parte integral de nuestro trasfondo y de nuestro ser interior, de nuestra conciencia incluso. Algunos de nosotros hemos razonado que por el mero expediente de ser homosexuales estamos viviendo en pecado, máxime si practicamos nuestra homosexualidad. Por lo tanto nos abstenemos de participar en la Iglesia, y sobre todo, con miedo y temor, nos abstenemos de tomar la Santa Cena, como si fuéramos leprosos, excluidos de la sociedad humana y de la Iglesia.

Somos nosotros quienes primero nos condenamos, si bien ello es así debido a lo que hemos aprendido de la Iglesia. Y la Iglesia ha predicado una condenación eterna para los homosexuales basada en interpretaciones conservadoras y fundamentalistas derivadas de los puntos de vista de las antiguas y más conservadoras Iglesias de los Estados Unidos de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. De ahí ese conservadurismo que nos condena como homosexuales, sobre todo porque no estamos casados y no producimos descendencia. Algunos de nosotros han intentado racionalizar este asunto por medio de casarse y tener hijos, intentando de tal manera acallar los posibles comentarios malintencionados y por otra parte tratando de acomodarse a las altas normas morales de la Iglesia. Sin embargo, tenemos estadísticas que nos hablan de desórdenes de la personalidad, de sentimientos de culpabilidad, de dobles vidas en que el matrimonio monogámico heterosexual es combinado con salidas furtivas algunas noches a la semana e incluso con el tener actividad homosexual con una pareja ocasional o permanente. Otros han llegado a tal grado de presión por mantenerse dentro de los parámetros de la Iglesia que finalmente han colapsado y no han encontrado otra salida que el suicidio. También han encontrado en el suicidio la única salida muchos de nuestros hermanos y hermanas que se han sentido rechazados, discriminados, ofendidos y excluidos de la Iglesia por sus líderes locales y por sectores de la membresía, e incluso de sus propias familias.

Existen dolorosas estadísticas sobre suicidios.

El camino no es fácil para el mormón gay ni para la mormona lesbiana.

Es por eso que Afirmación ha tenido un trabajo inmenso y muy duro a través de los años. Durante los pasados veinticinco años de existencia de la Asociación, ha habido mucho qué hacer y qué caminar. A través de todos estos años de actividad se ha llegado a la conclusión de que lo más importante es el apoyo que se puede generar en cuanto al camino difícil de recorrer para lograr finalmente algún día reconciliar la espiritualidad con la naturaleza de cada uno, es decir, con su sexualidad. La sexualidad no es algo que se escoja. Es algo que viene con uno. Por lo tanto, las terapias reparativas que últimamente han aconsejado algunos obispos y presidentes de estaca, simplemente no han funcionado. Y Evergreen, el grupo de apoyo que pretende reciclar a las personas homosexuales para transformarlas en heterosexuales, ha fracasado estrepitosamente en su intento fallido. Lo mismo puede decirse de los tratamientos siquiátricos que en América Latina todavía pretenden que pueden introducir cambios en la personalidad y en la naturaleza de las personas.

Hace ya mucho tiempo que la Asociación Siquiátrica de los Estados Unidos quitó a la homosexualidad de la lista de las enfermedades mentales. Pero a través de los pasados veinticinco años o más desde entonces, los siquiatras y sicólogos latinoamericanos pocas veces han entendido que no se debe tratar a los homosexuales, lesbianas, bisexuales y transgéneros como enfermos mentales. Somos personas normales. Sería lo mismo que en una hipotética comunidad mayoritariamente homosexual se tratara a una minoría heterosexual como enfermos mentales y se tratara de “convertirlos” en homosexuales. La “conversión” es una cuestión de religiosidad, no de sexualidad. Se puede convertir a la gente al Evangelio eterno de Jesucristo, pero no se puede convertir a homosexuales en heterosexuales, como tampoco a heterosexuales en homosexuales. Tratar de hacerlo siquiera es ir en contra de la naturaleza.

Por eso es que en general los miembros homosexuales de la Iglesia le restamos importancia y seriedad a los esfuerzos que intentan algunos obispos y presidentes de estaca en cuanto a que los homosexuales deben “convertirse” en heterosexuales. Afortunadamente ya no se trata por todos los medios que los miembros homosexuales de la Iglesia se casen para que se “curen” de la enfermedad diabólica de la homosexualidad. Años atrás fue un expediente muy socorrido y que creó muchos matrimonios infelices creados a la fuerza y por la fuerza. Las esposas o los esposos inocentes todavía sufren esas consecuencias, especialmente cuando después de haberse sellado en el sagrado Templo han descubierto que sus cónyuges llevan vidas dobles, compartiéndose con personas de su mismo sexo. El obispo O.H. ha compartido conmigo su experiencia, una experiencia dolorosa. Él no puede menos que aceptar que es homosexual, pero fue obligado a casarse por su obispo hace muchos años para no ser excomulgado de la Iglesia. Actualmente tiene dos hijas y un hijo. Y también tiene una pareja masculina, H.C.V., quien fue misionero, como él, en la década de 1980, y que desde la misión es su pareja permanente. Ellos tienen, los dos, muchos sentimentos de culpa. Pero no pueden renunciar a sus vidas de miembros de la Iglesia, a sus deberes como padres de familia, y a su realidad superior como pareja. Ellos se ven tres días a la semana en privado, hablan de su amor, tienen relaciones sexuales, tienen sentimientos de culpabilidad, pero entienden que no pueden decir ya nada a nadie más a estas alturas de su historia y de sus vidas. Primero que nada por temor a lo que va a suceder con ellos, al repudio de sus familias y a la condena eclesiástica. Por sobre todo, temen a Dios, temen lo que dicen las Escrituras, temen a lo que enseña la Iglesia. Ellos están individualmente sellados a sus cónyuges respectivas y a sus hijos. ¿Qué futuro tienen en la eternidad?, se preguntan ellos mismos. La pregunta del obispo O.H. es precisamente esa: “¿Qué va a pasar con nosotros después?”...

Y algo parecido sucede con otras personas que han sido llamados y sirven llamamientos importantes dentro de la Iglesia. ¿Qué pasa con alguien que a pesar de reconocerse homosexual se ha casado y es obrero del templo? ¿Cuál es su porción en todo esto al final?

M.A.G.Z. tiene ahora cincuenta y tres años. Es casada. Vive con una familia maravillosa. Su marido ha alcanzado grandes cosas en la vida. Tienen tres hijas y un hijo, que son excelentes. Una de sus hijas está en Suecia en la actualidad, casada con un médico sueco que también es miembro de la Iglesia. Todos los años viene de vacaciones para estar con sus padres. Sus otros hijos, que residen en Chile, están casados y con familias felices. Pero ella desde hace ya casi veinte años mantiene una relación sentimental con otra mujer. Ambas se aman y se han sido fieles a través de todos estos años. Salvo que ambas son casadas, madres de familia, miembros de la Iglesia. Han trabajado juntas en incontables llamamientos desde 1982. y cada vez que pueden se escapan a una casa que tiene ella en un campo no muy lejano. Y ambas sufren porque llevan una vida doble.

Jaime es un hombre mayor ya. Ha pasado de los sesenta años. Desde joven sabía de su homosexualidad. Se convirtió a la Iglesia y fue bautizado en 1987. En ese entonces estaba casado, debido a cuestiones familiares y sociales que no podía pasar por alto. Tiene cuatro hijos y nueve nietos en la actualidad. Desde 1968 él tiene una pareja de su mismo sexo, con quien lleva una vida doble, y con quien se ve muy seguido. De hecho, viven en la misma cuadra, y se ven casi a diario. Tiene un llamamiento en la Iglesia que no puedo revelar por ahora porque no estoy autorizado. Los hijos de ambos son amigos, se conocen desde siempre. Sus cónyuges se conocen y son amigas desde hace años, aunque las dos familias no son miembros de la Iglesia. Él se considera un hombre desafortunado, a pesar de su cómoda situación económica y social y la alta estima que disfruta en la Iglesia por su llamamiento. Y es que, a estas alturas de la vida, él quisiera estar siempre con su pareja, vivir juntos. Y los convencionalismos no se los permite, a pesar de que ambos quisieran vivir juntos su amor de toda la vida.

Los ejemplos anteriores solamente pretenden ilustrar a qué grado las presiones familiares, sociales, económicas y eclesiásticas pueden ser un freno para la expresión libre de los sentimientos y las emociones de dos personas que reconocen que se aman, pero que no pueden vivir ese amor sino a escondidas. Si ellos revelaran su verdad, desafortunadamente muchas personas sufrirían. Es entendible que ellos no puedan hablar debido a que causarían mucho más dolor y mal a esas personas que han compartido sus vidas con ellos, personas inocentes que no tienen culpa de nada, sino de amarlos y de vivir de acuerdo a lo que es la vida matrimonial.

Muchos ejemplos de esta clase uno puede señalar. Pero baste lo ya dicho para que cada cual pueda al menos tratar de entender que existe un enorme problema en muchas familias miembros de la Iglesia. Hay muchas personas llevando dobles vidas, que se han sellado en el templo y que sin embargo no pueden renunciar a su naturaleza, pero tampoco se atreven, por las razones que sean, a manifestar su verdad a sus familias. Ni tampoco pueden siquiera pensar en vivir sus realidades debido al rechazo, la discriminación y la exclusión que tendrían que enfrentar. La excomunión no sería nada en tales casos. Pero el abandono de sus hijos sería una experiencia dolorosa que seguramente no podrían soportar muy fácilmente.

En Afirmación entendemos estas y otras muchas realidades y situaciones. Y no podemos sino que condolernos con los que sufren y tratar de continuar con ellos en comunicación para animarlos y apoyarlos de la manera que sea posible, intentando de alguna manera mitigar sus tribulaciones y sus sufrimientos interiores. Porque a la cara del día deben mostrarse sonrientes y felices, aunque sientan el dolor que les lacera el corazón.

Afirmación tiene el objetivo principal de ser una instancia que ayude a las personas a reconciliar su sexualidad con su espiritualidad. De alguna manera tenemos la enorme tarea de ayudar a entender que la homosexualidad (masculina y femenina) no está reñida con el Evangelio y que el mormonismo no tiene en realidad ninguna revelación que indique que la homosexualidad es la abominación que muchos hemos creído durante demasiado tiempo.

Creemos que ya es tiempo de luchar de una manera apropiada, sin estridencias ni recriminaciones de ninguna clase, pero sí con fortaleza y valentía, para que algún día la Iglesia como tal a través del Profeta, pida al Señor una aclaración definitiva en cuanto al tema de la sexualidad y no se contente con seguir exponiendo explicaciones que se basan en puntos de vista que son ajenos al mormonismo y que no se condicen en modo alguno con la tradición iniciada por el profeta José Smith en cuanto al tema.

Obviamente, la Iglesia no va a hacer concesiones porque sí ni tampoco de buenas a primeras. No es que la Iglesia actúe de mala fe. Tampoco es una actitud impropia si se la compara con lo que es la trayectoria de la Iglesia a través de la historia. La Iglesia ha sido celosa del Evangelio, defendiéndolo contra toda contaminación y contra todo intento de mundanalizarlo. Pero en esa tarea se ha convertido en una instancia que no se ha propuesto esclarecer un punto que es vital para muchas personas. Todavía no ha aclarado por qué las Escrituras de los últimos días no contienen una sola referencia a la homosexualidad, a pesar de que puede decirse que la homosexualidad es un “problema” desde hace mucho tiempo. Tampoco la Iglesia ha dicho que el Espíritu ha aclarado este tema mediante una revelación que haya dado luz definitiva.

Nosotros creemos que la revelación es continua. Y creemos que las condenas bíblicas que se señalan desde las Iglesias más conservadoras y fundamentalistas se basan en interpretaciones de escrituras de la Biblia mal traducidas y peor explicadas. Por lo tanto, es mi posición y la de muchos miembros homosexuales y lesbianas de la Iglesia, que solamente una revelación del Espíritu dada al Profeta de la Iglesia podrá esclarecer definitivamente el tema. Y creo también que esa revelación será positiva a los homosexuales, hombres y mujeres, como lo fue para nuestros hermanos negros en su momento. El Cielo no está cerrado. Y quienes tienen la autoridad para hacerlo hace ya mucho tiempo que deberían haber aclarado el asunto mediante el recurrir directamente al Padre Celestial para que de la respuesta a esta interrogante.

Estoy cierto que un día, no sé si lejano o no, la Iglesia sabrá escuchar, dejará que la voz del Espíritu se escuche claramente y no la desoirá ni la tergiversará (porque no es esa su política), y los miembros homosexuales de la Iglesia, hombres y mujeres leales y fieles a la Iglesia y al Evangelio, seremos liberados de la pesada carga de la condenación, la discriminación, la exclusión y la intolerancia que en la actualidad tenemos que afrontar.

Hasta que ese día llegue y ya no sea más necesario que existe Afirmación, Afirmación será el referente necesario que nos ayudará a todos a trabajar en pro de la igualdad, la despenalización y la aceptación sin condiciones.

Hasta ese día bendito, seguiré, y después de mí otros que tomen la bandera, luchando contra toda clase de trato vejatorio, denigrante, condenatorio, discriminatorio, exclusionista e intolerante, tanto dentro de la Iglesia como en la sociedad en general. No claudicaré. Realmente, ¡ay de mí! si claudico, si abandono el camino que he emprendido. Y hasta ese día en que ya no sea necesario tratar de reconciliar la espiritualidad con la sexualidad, seguiré trabajando con quienquiera que desee caminar conmigo.

Estoy tratando de avanzar a través de las desoladas llanuras desérticas donde solamente encuentro miedos, temores, discriminación, intolerancia, condenas, ignorancia, exclusión... y veo como a tantos y tantas de mis hermanos y hermanas tratan de barrerlos bajo la alfombra para que no se vean. Y lo que es peor, veo a demasiados de mis hermanas y hermanos en la fe que insisten en vivir vidas pobres, contentándose con las migajas y las sobras, contentándose con dolerse de su orientación sexual y de su condición y de sus circunstancias en la vida, que intentan salir adelante pero que se atan de pies y de manos en un intento por no sobresalir, por buscar aceptancia y perdón por sus pecados. Me duele cuando veo a mis hermanos y a mis hermanas tratando de que no salga humo tampoco. La Iglesia dice que no importa que la casa se queme, pero que no salga humo. No importa que seas homosexual o lesbiana: pero no lo practiques. Dolorosamente veo que demasiados de nuestros hermanos y de nuestras hermanas insisten en perpetuar la misma política del silencio, esa misma política que desconoce que tantos miembros homosexuales de la Iglesia se han suicidado víctimas de la desesperación que engendra la discriminación, la condena, la exclusión, la excomunión.

Cuando aceptamos lo que algunos líderes están haciendo, no solamente aprobamos que somos pecadores condenables y condenados, sino que les estamos dando razones para no tratar de ver más allá de sus propios ojos educados en una tradición homofóbica que no es su culpa sino que responde a su trasfondo cultural y social. Cuando nos consideramos pecadores por el mero y simple hecho de ser homosexuales o lesbianas, estamos dándoles la razón para que actúen sin tomar en cuenta al Espíritu. Les decimos que sí, que tienen razón y que deben seguir tomando las mismas medidas en contra nuestra y de nuestros hermanos y hermanas.

Pero cuando nos levantamos, con respeto y tratando de entender sus motivaciones, sin condenarlos ni criticarlos porque sí, y les hacemos saber quiénes somos, lo que creemos que es la verdad, lo que consideramos que es justo y necesario que hagan, entonces estamos dándoles trabajo nuevo: estamos ayudándolos a que pregunten por sí mismos al Espíritu, a que entiendan que no somos depravados, sino que somos tan amados hijos e hijas de Dios como ellos mismos lo son.

Nuestros líderes necesitan saber que existimos, que tenemos más que el deseo de organizarnos. Necesitan saber que entendemos lo que las Escrituras dicen y que no encontramos ninguna clase de conflicto entre la homosexualidad y el Evangelio. Ellos necesitan saber que no somos apóstatas sino leales y fieles para con la Iglesia y que sostenemos y apoyamos a nuestros líderes locales y a las Autoridades Generales. Y tienen que saber que comprendemos que ellos están tratando de hacer lo mejor posible para cumplir apropiadamente con sus llamamientos. Y tienen que saber que sabemos que sus llamamientos son de origen divino, que es nuestro Padre Celestial quien los ha llamado a servir para adelantar los intereses del reino de Dios en Su pueblo que es la Iglesia.

Cuando nuestros líderes y nuestras Autoridades Generales entiendan estas cosas, las cosas podrán empezar a cambiar.

Pero si nos escondemos, obviamente nunca sabrán de nosotros. Cuando más creerán que se trata de unas cuantas personas que se oponen a la Iglesia y que han apostatado de la verdad restaurada por medio del Profeta. Tenemos que salir a la luz pública y mostrarnos, en la medida de lo posible, para que sepan que tras un par de rostros hay mucho más. Nuestra actitud no puede ser de servilismo. De esa manera solamente nos constituiremos en un mero Centro de Madres, cual muchos que existen, que únicamente sirven para que las señoras que asisten a ellos se reúnan unas cuantas veces al mes para mostrar lo bien que les quedan los bordados, pero jamás para intentar cambiar el entorno hostil que les puede eventualmente amenazar.

Hay mucha gente dispuesta a ayudar. Tampoco podemos aislarnos de la realidad circundante. Hacerlo es reproducir los ghettos, los grupos cerrados en sí mismos que no son capaces de entender a su entorno. La sociedad humana es compleja y complicada, cual lo es cada individuo que la forma. Y tenemos que ser parte de la historia. La Iglesia no es un ghetto tampoco. Siempre ha estado abierta a conocer lo que está fuera de ella misma. Nosotros debemos estar dispuestos a participar con los demás estamentos e instancias de la sociedad que puedan ayudarnos a cumplir con nuestros objetivos, tal como se declara en la Constitución y en el Estatuto de la Asociación General, documento al que por su misma naturaleza, Afirmación Chile ha adherido como requisito indispensable para formar parte de la Asociación General de Afirmación.

Un día, todo esto será algo anticuado, sin razón de ser. Anhelo ese día, por mí y por mis hermanas y por mis hermanos que a diario sufren la discriminación, la exclusión, la intolerancia y el dolor de verse enfrentados a una doble vida que solamente conduce a más dolor y sufrimiento.


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“Por tanto, no os maravilléis de estas cosas, porque todavía no sois puros; no podéis soportar mi gloria todavía; pero la veréis, si sois fieles en guardar todas mis palabras que os he dado.”
(Doctrina y Convenios 136:37.).