martes, 16 de enero de 2007

« PERO TÚ, ¿QUIEN ERES PARA QUE JUZGUES A OTRO? »

« PERO TÚ, ¿QUIEN ERES PARA QUE JUZGUES A OTRO? »
(Santiago 4:12.) [1].


El juzgar a los demás es un mal hábito demasiado extendido en la humanidad. A menudo uno puede ver a personas que, creyéndose mejores que las demás y dueñas de la Verdad Absoluta, tratan de discernir y derivar juicios sobre las personas que conocen muchas veces superficialmente o que, incluso, apenas sí han tratado muy al pasar, por así decirlo. O, peor aun: sus juicios pretenden ser declaraciones infalibles acerca de personas a quienes solamente han visto una sola vez. Y, basándose únicamente en lo que a sus ojos parecen ser las cosas, suelen causar muchísimo daño.

El fundador del mormonismo, el profeta José Smith, fue una persona muy controversial y controvertida en cuanto a sus enseñanzas y declaraciones, pero, sin duda alguna, expresó un muy interesante e importante punto de vista, que escapa a cualquier espuria descalificación o acusación. En la «Historia Documental de la Iglesia», recopilada y publicada por el Cronista de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, puede leerse algo de lo que dijo el profeta José Smith acerca de este tema: «Y seguí diciendo que ningún hombre es capaz de juzgar en un consejo, a menos que esté puro su propio corazón; y que frecuentemente nos llena tanto el prejuicio y a tal grado la viga nos empaña la vista, que no somos capaces de juzgar con rectitud. ...

«Nuestros hechos quedan inscritos, y algún día futuro los pondrán ante nosotros; y si no juzgamos rectamente y perjudicamos a nuestros semejantes, quizás allá nos condenarán; allá serán de grave importancia, y para mí esta importancia parece ser mayor que cualquier cosa que pudiera expresar. Preguntaos, hermanos, cuántas veces habéis orado desde que supisteis de este consejo, y si estáis ahora preparados para juzgar el alma de vuestro hermano»[2]. Esas palabras, aun cuando alguien pudiera no aceptar el llamamiento como Profeta, Vidente y Revelador que nosotros los Santos de los Ultimos Días aceptamos en cuanto a José Smith, así y todo, han tenido validez desde los mismísimos inicios de la humanidad, indiscutiblemente.

En un breve pero interesante comentario al pie de la página para el texto base que he utilizado como título para esta exposición, Santiago 4:11, 12, en la versión católica romana conocida como Versión Regina, se dice: «La ley[3] prohibe hablar mal del hermano. El que lo hace ataca la ley y la juzga excesivamente severa. A nosotros nos toca guardar la ley y amar al prójimo. Al insistir en las exigencias de la ley en lo referente a la caridad fraterna supone la proclamación de la ley del amor»[4]. El comentario remite al lector a tres escrituras: 1 Pedro 2:1; 2 Corintios 12:20, y el texto apócrifo de Sabiduría 1:11. En 1 Pedro 2:1, leemos: «Rechacen, pues, toda maldad y engaño, la hipocresía, la envidia y toda clase de chismes»[5].. En la segunda cita a que se hace referencia, se registra una admonición del apóstol Pablo a los miembros de la Iglesia primitiva que vivían en la ciudad griega de Corinto, acerca de ciertos asuntos que le preocupaban, diciendo: «Temo que si voy a verlos no los encuentre como quisiera y que ustedes, a su vez, no me encuentren como desearían. Quizá haya rivalidades, envidias, rencores, disputas, calumnias, chismes, soberbias, desórdenes». Y, en el libro apócrifo de la Sabiduría, se lee: «Guardaos, pues, de la vana murmuración, y preservad vuestra lengua de la injuria, que la palabra escondida no sale en vano, y la boca engañosa mata el alma».

Nótense y aquilátense los consejos de evitar las maledicencias, los chismes, las murmuraciones, las injurias, las calumnias, y de tener la lengua bajo control. Y nótese especialmente en énfasis que el comentarista católico romano pone en cuanto a que al creyente verdadero le «toca guardar la ley y amar al prójimo».

Al ir meditando sobre las palabras citadas del profeta José Smith, el comentario del misionero claretiano José María Solé, y el alcance de las escrituras transcritas, uno puede recordar las palabras de Jesucristo en su célebre discurso de enseñanza que se ha dado en llamar, posteriormente, Sermón del Monte. En parte de ese famoso discurso de hace casi dos mil años, Jesús dijo: «Dejen de juzgar, para que no sean juzgados; porque con el juicio con que ustedes juzgan, serán juzgados; y con la medida con que miden, se les medir. Entonces, ¿por qué‚ miras la paja que hay en el ojo de tu hermano, pero no tomas en cuenta la viga que hay en tu propio ojo? O, ¿cómo puedes decir a tu hermano: `Permíteme extraer la paja de tu ojo'; cuando, ¡mira!, hay una viga en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Primero extrae la viga de tu propio ojo, y entonces verás claramente cómo extraer la paja del ojo de tu hermano»[6]. Evidentemente, hay una incontrovertible veracidad en las ya citadas palabras del profeta José Smith en cuanto a que «frecuentemente nos llena tanto el prejuicio y a tal grado la viga nos empaña la vista que no somos capaces de juzgar con rectitud.» Sobre este mismo tema, el domingo 6 de Mayo de 1838, se registran las siguientes palabras de José Smith: «Prediqué a los santos, explicando las maldades que existían y que podrían existir por motivo de juzgar o fallar irreflexivamente cualquier asunto presentado por alguna persona, sin haber oído ambos aspectos de la cuestión»[7]. Al año siguiente, el 29 de Septiembre de 1839, el mismo José Smith expresó: «Es un principio injusto decir que tales y cuales personas han transgredido porque han sido víctimas de las enfermedades o la muerte, pues toda carne está sujeta a la muerte; y el Salvador ha dicho: "No juzguéis, para que no seais juzgados"»[8]. El 27 de Mayo de 1843, se registra que «el hermano José entonces se dirigió a los Doce, y dijo que en todas nuestras deliberaciones, especialmente cuando se est juzgando a alguien, debemos ver y observar todas las cosas relacionadas con el asunto, y discernir el espíritu por el cual se gobernaron las partes. Debemos estar en situación tal, que entenderemos todo espíritu, juzgaremos con juicio recto y no estaremos dormidos»[9]. Y, en la Historia Manuscrita[10], entre los llamados Proverbios del Profeta José Smith[11] se lee: «Hay una cosa debajo del sol, que he aprendido, y es que la justicia del hombre es pecado, porque requiere demasiado; sin embargo, la justicia de Dios es justa, porque no exige nada, antes manda la lluvia sobre justos e injustos, el tiempo de la siembra y el tiempo de la siega, todo lo cual el hombre no agradece»[12].

Comentando acerca de lo registrado en 1 Samuel 16:7 (que dice, en cuanto al ungimiento de David como rey sobre Israel: «Pero Jehová dijo a Samuel: "No mires su apariencia ni lo alto de su estatura, porque [a Eliab, hermano de David, a quien Samuel supuso el elegido de Dios] lo he rechazado[13]. Porque no de la manera como el hombre ve es como Dios ve, porque el simple hombre ve lo que aparece a los ojos; pero en cuanto a Jehová, él ve lo que es el corazón»), el eminente líder de nuestra Iglesia, N. Eldon Tanner, expresó: «Por lo tanto, la razón por la que no podemos juzgar, es obvia. no podemos ver lo que se encuentra en el corazón; no conocemos los motivos, pese a que se los achacamos a cada acción que vemos. Quizás sean puros mientras nosotros pensamos que son impropios.

«No es posible juzgar a otro justamente a menos que conozcáis sus deseos, su fe, sus metas. La gente no se encuentra en la misma situación a causa del ambiente diferente, oportunidades injustas y muchas otras circunstancias. Uno quizás empiece desde arriba y el otro desde abajo, encontrándose a medida que van en direcciones opuestas. Alguien ha dicho que lo que cuenta no es dónde uno esté, sino la dirección en la que vaya, ni lo cerca que esté del fracaso o del éxito sino del rumbo que está llevando. Con todas nuestras flaquezas y debilidades, ¿cómo nos atreveremos a adjudicarnos el puesto de jueces? A lo más, el hombre puede juzgar solamente lo que ve; no puede juzgar el corazón o la intención, ni siquiera empezar a juzgar el potencial de su prójimo.

«Cuando tratamos de juzgar a la gente, cosa que no debemos hacer, tenemos una gran tendencia a buscar y sentirnos orgullosos de encontrar debilidades y faltas, tales como la improbidad, la inmoralidad y la intriga; como resultado vemos el aspecto malo de aquellos a quienes estamos juzgando»[14]. Las palabras antes citadas están en perfecta armonía con lo expresado anteriormente por Santiago, el medio hermano carnal de Jesús, quien, en su epístola, aconseja: «Dejen de hablar unos contra otros, hermanos. El que habla contra un hermano o juzga a su hermano habla contra ley y juzga ley. Ahora bien, si juzgas ley, no eres hacedor de ley, sino juez. Uno solo hay que es legislador y juez, el que puede salvar y destruir. Pero tú, ¿quién eres, para que estés juzgando a tu prójimo?». (Santiago 4:11, 12; NM87.).

Lo que sin duda tenía en mente Santiago era lo expresado por Job en cuanto a la debilidad de la naturaleza humana: «¿Quién puede producir a alguien limpio de alguien inmundo? Nadie puede». (Job 14:4; NM87.). Sobre este mismo asunto, David expresó, en una melodía que compuso luego de que el profeta Natán le encarara su pecado con Bat-sebá, la esposa de Urías el hitita: «¡Mira! Con error fui dado a luz con dolores de parto, y en pecado me concibió mi madre». (Salmo 51:5; NM87.). El apóstol Pablo agregó: «Por medio de un solo hombre[15] el pecado entró en el mundo, y la muerte mediante el pecado, y así la muerte se extendió a todos los hombres porquetodos habían pecado[16]... » (Romanos 5:12; NM87), es decir, que «mediante una sola ofensa[17] el resultado a toda clase de hombres fue la condenación» a que se hizo acreedor Adán al desobedecer (Romanos 5:18; NM87; compárese con Génesis 3:17-19), o sea que «mediante la desobediencia del solo hombre[18] muchos fueron constituidos pecadores». (Romanos 5:19; NM87.).

Antes, David, también, había declarado, bajo la inspiración del Espíritu: «Todos se han desviado, todos son igualmente corruptos; no hay quien haga el bien, ni siquiera uno». (Salmo 14:3; NM87.). Pablo, dice, ampliando aún más sobre esto mismo: «Hemos hecho el cargo de que tanto los judíos como los griegos están todos bajo pecado; así como está escrito: "No hay justo, ni siquiera uno; no hay quien tenga perspicacia alguna, no hay quien busque a Dios. Todos se han desviado, todos juntos se han hecho inútiles; no hay quien haga bondad, no hay siquiera uno solo." "Sepulcro abierto es su garganta, con sus lenguas han usado engaño." "Hay veneno de áspides detrás de sus labios." "Y su boca está llena de maldición y de expresión amarga." "Sus pies son veloces para derramar sangre." "Ruina y desdicha se hallan en sus caminos, y no han conocido el camino de la paz." ...

«No hay distinción. Porque todos han pecado y no alcanza a la gloria de Dios». (Romanos 3:19-17, 22, 23; NM87.).

El apóstol Juan resume magistralmente el tema al decir, con un vigor que resalta: «Si hacemos la declaración: "No tenemos pecado", a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros». (1 Juan 1:8; NM87.). O, como lo declaró el sabio rey Salomón en su día: «No hay hombre que no peque». (1 Reyes 8:46; NM87.).

Entonces, puesto que nadie está libre del pecado y la imperfección, permanece en pie la desafiante pregunta del hijo de José y María, y discípulo de su medio hermano: «Pero tú, ¿quién eres, para que estés juzgando a tu prójimo?» (Santiago 4:12; NM87.).

Y, de nuevo: «Porque cualquiera que observa la Ley[19] pero da un paso en falso en un solo punto, se ha hecho ofensor de todos ellos. Porque el que dijo: "No debes cometer adulterio", también dijo: "No debes asesinar". Ahora bien, si no cometes adulterio, pero sí asesinas, te has hecho transgresor de ley». (Santiago 2:10, 11; NM87.). Pablo añade a este razonamiento, bajo inspiración divina: «Ahora bien, si eres judío de nombre y descansas sobre ley[20] y te glorías en Dios, y conoces su voluntad y apruebas las cosas que son admirables porque eres instruido oralmente de la Ley; y estás persuadido de que eres guía de ciegos, luz para los que están en oscuridad, corregidor de los irrazonables, maestro de los pequeñuelos, y tienes en la Ley la armazón del conocimiento y de la verdad... tú, sin embargo, el que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú, el que predicas: "No hurtes", ¿hurtas? Tú, el que dices: "No cometas adulterio", ¿cometes adulterio? Tú, el que expresas aborrecimiento de los ídolos, ¿robas a los templos? Tú, que te glorías en ley[21], ¿por tu transgresión de la Ley[22] deshonras a Dios? Porque "el nombre de Dios es blasfemado entre las naciones[23] a causa de ustedes"; así como está escrito». (Romanos 2:17-24; NM87.).

«Por lo tanto eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas, si juzgas; porque en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo, puesto que tú que juzgas practicas las mismas cosas». (Romanos 2:1; NM87.).

Es decir, cuando uno juzga a una persona como pecadora, inmoral, pero no repara en su propia vida, en su fuero interno, en los deseos secretos de su corazón, debe tener muchísimo cuidado. No faltan quienes sin empacho alguno levantan el dedo acusador, y ocultan muy bien que su propia realidad deja mucho que desear. ¿Con qué autoridad, pues, puede alguien tachar a otra persona de inmoral si él mismo lo es también, aunque no lo reconozca?

En cierta ocasión, los escribas y fariseos del siglo I d. de J.C. trajeron ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio, con el único y solo fin de entramparlo. Y le dijeron: «Rabí[24], esta mujer ha sido sorprendida en el acto de cometer adulterio. En la Ley[25] Moisés prescribió que apedreáramos a mujeres de esta clase. Tú, pues, ¿qué dices?» Evidentemente, ellos estaban al tanto de lo que Jesús había dicho en cuanto a la Torâh previamente: «No penséis que he venido a abrogar la ley[26] o los profetas[27]; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará[28] de la ley, hasta que todo se haya cumplido». (Mateo 5:17, 18; RVR60.). Fue ante la persistencia de ellos que Jesús les dijo: «El que de ustedes esté sin pecado sea el primero en tirarle una piedra». (NM87; para los detalles, véase Juan 7:53-8:11.). Evidentemente que aquellos fariseos y escribas, y el populacho que los seguía, eran más perspicaces y estaban más conscientes de su verdadera naturaleza en este asunto que la inmensa mayoría de los que hoy en día tan pomposamente se hacen llamar cristianos, sean católicos, protestantes, ortodoxos o de las otras muchísimas sectas y movimientos religiosos, y que se ufanan de creerse superiores a los demás, particularmente el clero y los elementos dirigentes más fanáticos de cada grupo. En efecto, puesto que Jesús estaba aludiendo a lo expresado en Deuteronomio 17:2-7; 19:15-21, entre otras disposiciones legales de la Torâh, uno a uno se fueron yendo los acusadores de la mujer, comenzando por los ancianos, y dejando solos a la mujer acusada y a Cristo Jesús. Ellos entendían que ninguno estaba libre de pecado como para condenar a alguien y conservar su conciencia limpia y tranquila ante el juicio de Dios. Jesús, pues, finalmente, dijo a la mujer: «Tampoco yo te condeno. Vete; desde ahora ya no practiques pecado». (Juan 8:7, 11; NM87.). A pesar de todo lo que se ha dicho en contra de los adversarios doctrinales de Jesucristo, hay que reconocer que hasta los fariseos se daban cabal y concienzuda cuenta de su naturaleza pecaminosa e imperfecta heredada desde Adán.

¡Y hoy en día existen muchísimas personas que se proclaman seguidores de Cristo y cumplidores de sus enseñanzas, pero que no trepidan en lo más mínimo para adelantarse a juzgar y a condenar a los demás sin escrúpulo alguno! ¡Y pretenden ser mejores que los escribas y fariseos del siglo I! ¡Qué hipocresía!

Tales personas no se detienen un instante siquiera para levantar el dedo acusador y señalar despectivamente a quienes disienten de su forma de pensar. Y no consideran para nada los hechos reales y escuetos que a cada instante y en todos lados señalan su laxitud en moralidad y honestidad. En los noticieros ya no son nada del otro mundo (ni nunca lo han sido en realidad) los informes acerca de predicadores y de eminentes líderes religiosos y políticos que han pontificado a diestra y a siniestra condenando a los inmorales a las más terribles penas del infierno, y que han sido descubiertos participando o involucrados en sórdidos casos de inmoralidad crasa, no solamente adulterio, homosexualidad, fornicación, pornografía, abuso de menores de ambos sexos, violaciones sexuales, sino que también en fraude descarado, sedición, incitación a la guerra, discriminación racial, social o religiosa, violaciones a los derechos humanos, por mencionar apenas unas cuantas cosas de paso y a trazo grueso.

Aún en los tiempos del Antiguo Testamento, se mandó: «Con verdadera justicia hagan su juzgar; y efectúen unos con otros bondad amorosa y misericordia». (Zacarías 7:9; NM87.). Porque, como dice la Escritura Sagrada en otro lugar: «Tendré misericordia de quien tenga misericordia, y mostraré compasión a quien muestre compasión». (Romanos 9:15; Éxodo 33:19; NM87.). Bondad amorosa, misericordia, compasión, son palabras que la mayoría de las personas no entendemos todavía en su significado verdadero, el que les da la Sagrada Escritura. Esas palabras tienen un significado pasivo y lejano. Por eso, no podemos cumplir con la Ley divina. No sabemos discernir lo que significan las Escrituras. Principalmente, porque quienes debieran habernos transmitido en su verdadero y real sentido las enseñanzas del Gran Maestro han fallado y se han fallado a sí mismos, de manera que no han cumplido con su obligación, sino que han estado más ocupados en satisfacer sus intereses personales para adquirir poder, posición, riquezas, influencia y dignidades terrenales que de seguir los pasos de Jesucristo. Es por eso que a ellos, a los líderes religiosos de las iglesias, sectas y movimientos religiosos de la cristiandad, aplican las palabras de Jesús en toda su plenitud: «Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios». (Mateo 22:19; RVR95.). Y esto es tan cierto como que ha sido notado de una manera innegable. Por ejemplo, la prestigiosa publicación religiosa protestante estadounidense The Christian Century, expresó: «Si somos verdaderamente honrados, ¿no sería un mejor símbolo de la condición actual del protestantismo una Biblia cerrada, cubierta con polvo y llena de obituarios que amarillecen?»[29]. Asimismo, Pulpit's Helps informó que ante la pregunta ¿Cree usted que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios?, hecha a diez mil clérigos, de las siete mil cuatrocientas respuestas recibidas, un 89% de los episcopales, un 82% de los metodistas, un 81% de los presbiterianos y un 57% de los bautistas y de los luteranos, contestaron con un rotundo NO. De manera que que el Reader's Digest dijo que el resultado de dejar de lado la Biblia, bajo cualesquier pretextos, ha sido que «hoy muchos de los líderes principales de la iglesia —especialmente en las que se llaman las sectas de la "corriente principal"— les están fallando penosamente a sus miembros de dos maneras: 1) sucumbiendo a una tendencia furtiva a rebajar el valor de la Biblia como la palabra infalible de Dios y 2) por los esfuerzos por cambiar el empuje de la iglesia de lo espiritual a lo seglar». Similarmente, un periódico católico romano expresó: «¿No es una situación lamentable el que ... la mayoría arrolladora de nuestros católicos, sí, de nuestros sacerdotes, nunca hayan completado la lectura de la Biblia, ni siquiera del Nuevo Testamento?»[30]. Con razón las siquientes palabras: «Es triste, pero fuerza es confesarlo, como en su tiempo lo hacía el gran Padre de la Iglesia San Jerónimo: mientras nadie osa llamarse platónico que no haya leído los libros de Platón, ni aristotélico sin conocer las doctrinas de Aristóteles, ni galenista sin estar versado en las teorías de Galeno, hay hombres tan osados que se llaman cristianos, ¡y no han leído el Evangelio de Jesucristo! O ¡no saben, como decía el Crisóstomo (Praef. In Epist. B. Pauli) el número de las epístolas de San Pablo!

«Impiedad es, dice San agustín (L. 6 contra Faustum, c. 9), no leer lo que por nosotros y para nosotros ha escrito la mano del mismo Dios»[31].

Pretensión vana es, por lo tanto, que alguien pueda derivar algún grado de verdadero conocimiento del cristianismo auténtico con semejantes guías, ya sean católicos, protestantes, ortodoxos o de cualesquier otras sectas o movimientos religiosos que se dicen cristianos. Evidentemente que tales clérigos e iglesias no pueden hablar de lo que la Biblia enseña y dice con verdadero convencimiento, ni pueden convencer a nadie de lo que están diciendo. Es del todo comprensible el que la gente, con tal guía, ni lea ni tome en cuenta lo que la Biblia en verdad dice.

Personalmente, y sin ningún preconcepto ni alarde, hago mías estas significativas palabras del apóstol Pablo: «Para mí es asunto de ínfima importancia el que yo sea juzgado por ustedes o por un tribunal humano. Ni siquiera yo mismo me juzgo. Porque no tengo conciencia de nada contra mí mismo. Sin embargo, no esto quedo probado justo, sino que el que me juzga es el Señor. Por lo tanto, no juzguen nada antes de su debido tiempo, hasta que venga el Señor, el cual sacará a la luz las cosas secretas de la oscuridad así como también pondrá de manifiesto las intenciones de los corazones, y entonces a cada uno su alabanza le vendrá de Dios». (1 Corintios 4:3-5; NM87.). Jesucristo dijo en cierta oportunidad a ciertos fanáticos religiosos muy semejantes a algunos eclesiásticos del día actual: «Ustedes juzgan según la carne; yo no juzgo a nadie». (Juan 8:15, NM87; Lucas 12:14; Juan 3:17.).

Y, ¿qué más diré? Así es en caso de nuestras cotidianas y personales tribulaciones: el mundo sigue su marcha como si nada. Pero, de nuestra propia naturaleza aprendemos que nunca debemos ser indiferentes a las tribulaciones de los demás, sea cual fuere la razón por la cual sufren. No nos toca a ninguno de nosotros juzgar a nuestros semejantes. Por lo demás, todos experimentamos sufrimiento alguna vez en la vida. Y es que las adversidades nos tocan a todos, de una u otra manera, tarde o temprano en la vida. Ciertamente, para algunos de nosotros puede ser particularmente doloroso el saberse juzgado, por lo que sea y por quien sea, y señalado por el dedo acusador de alguien. Y, ¿qué hay de eso, pues? La Escritura responde: «Felices son los que se lamentan, puesto que ellos serán consolados». (Mateo 5:4; NM87.). Pero también dice: «Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia». (Mateo 5:7; NM87.). Cuando uno pasa por sus propias pruebas, cuando es señalado por el juicio adverso de quienes se erigen en severos jueces de actitudes, acciones y hasta de supuestas intenciones, deseos, inclinaciones mentales o pensamientos de cualquier naturaleza, sin recibir la más mínima muestra siquiera de tolerancia, comprensión o misericordia; cuando es rechazado e incomprendido por quienes se supone deberían desplegar altruismo, compasión, bondad, amor, en concordancia con las enseñanzas de Jesucristo, ¿qué hacer? ¡Debemos levantar la mirada con un fulgor perfecto! Y debemos tener en mente la determinación de que aunque estemos atribulados, acongojados, condenados, discriminados, expulsados hasta del seno familiar, con todo, no debemos abandonarnos a la angustia ni al desconsuelo. Y cuando estemos en apuros extremos, no debemos desesperarnos, Porque, si bien es cierto que ninguno de nosotros puede elegir sus propias tribulaciones, si tiene la libertad para, en virtud de su propio libre albedrío, escoger la actitud que adoptará ante ellas.

También hago mías, y de quienes las acepten, las palabras de nuestro Señor: «Felices son ustedes cuando los vituperen y los persigan y mentirosamente digan toda suerte de cosa inicua contra ustedes por mi causa. Regocíjense y salten de gozo, puesto que grande es su galardón en los cielos; porque de esta manera persiguieron a los profetas antes de ustedes». (Mateo 5:11, 12; NM87.). ¡Sí!, que hablen, que critiquen, que injurien a la verdad, que hablen maliciosamente de nosotros. No importa. No debe importarnos. El profeta José Smith ya lo dijo bajo inspiración divina, para todos nosotros: «Ningún hombre es capaz de juzgar ... a menos que esté puro su propio corazón ... Nuestros hechos quedan inscritos, y algún día futuro los pondrán ante nosotros; y si no juzgamos rectamente y perjudicamos a nuestros semejantes, quizás allá nos condenarán»[32]. Por lo tanto, confiemos en el que todo lo ve y todo lo sabe, porque Él no mira ni juzga por la mera apariencia de las cosas.

Para terminar, creo necesario y conveniente recalcar las palabras de la Escritura Sagrada: «Al que no practica misericordia se le hará su juicio sin misericordia. La misericordia triunfa sobre el juicio». (Santiago 2:13; NM87; cursivas añadidas.). Pero, «el Padre juzga imparcialmente». (1 Pedro 1:17; NM87.). Por eso es que «Dios recomienda su propio amor a nosotros en que, mientras todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros». (Romanos 5:8; NM87.). Si Dios nos ha amado desde antes de nacer, entonces, ¿qué importa que se levanten miles, aún millones, de acusadores para juzgarnos? Por eso, desafiante, me atrevo a preguntar a mis enjuiciadores: «¿Quién eres para que juzgues ... ?» (Santiago 4:12.).

No intento justificarme. No soy justo. No estoy libre de pecado. No me atribuyo ningún mérito ni logro especial, salvo el ser, como todos los humanos, un hijo de Dios, hecho a Su imagen, según Su semejanza, como lo dicen todas las Escrituras canónicas. No intento tampoco violentar las Escrituras para mi conveniencia. No. Solo digo que no acepto ser juzgado ni señalado por nadie que no sea alguien justo y recto, libre de pecado y maledicencia. Que me juzgue y me condene quien de veras esté libre de todo pecado y de toda iniquidad. ¿Quién es tal persona, quién?

En tanto, a Dios, mi único Juez, solo puedo acercarme humildemente, con el corazón contrito, y únicamente pidiéndole misericordia y compasión. Nada más. A Él no puedo exigirle justicia, solamente puedo implorarle misericordia, porque no tengo la respuesta a la pregunta quizá más importante que tengo sin resolver en esta vida. Pero anhelo el día en que esa respuesta la conozca, la conozcamos, y el velo se aparte de este asunto de tanta importancia para tantas personas.

Por eso, «¿quién eres para que estés juzgando a tu prójimo?» ¿Quién eres tú para que juzgues? ¿Te has mirado al espejo antes de juzgar a alguien por lo que parecer ser a tus propios ojos? ¿Cuánta envidia, maledicencia y maldad hay en lo que dices o piensas sobre tu prójimo? ¿Estarás de pie ante el Trono de la Justicia para sostener lo que piensas o lo que dices con tanta ligereza y seguridad?

Todos nosotros, hermanos y hermanas, tenemos la mala costumbre de juzgar por lo que parecen ser las cosas a nuestros ojos, por las meras apariencias, pero, ¿quién está preparado para discernir las verdaderas intenciones del corazón de otra persona? ¿Quién está preparado para saber exactamente lo que alguien piensa en realidad?


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NOTAS:

[1] Sagrada Biblia, edición manual, 1968, Pedro Franquesa y José María Solé, misioneros claretianos, versión católica romana publicada por la Editorial Regina. Generalmente se hace referencia esta versión de la Biblia como Franquesa-Solé, pero en estas páginas se la identificará como Versión Regina.
[2] Enseñanzas del Profeta José Smith, compilado por José Fielding Smith, 1975, páginas 76, 77; Historia Documental de la Iglesia 2:25, 26 (12 de Febrero de 1834.).
[3] Es decir, la Torâh, o sea, la Ley mosaica. La Torâh es la primera parte de las Escrituras Hebreas. Originalmente fue un solo rollo, que posteriormente se dividió en los cinco libros que se conocen comúnmente, sección a la que en la Septuaginta —la versión griega preparada en Egipto para beneficio de los creyentes de la Diáspora y los conversos de la gentilidad— se denominó Pentateuco, esto es, Volumen Quíntuplo o rollo en cinco partes.
[4] Regina, página 1906.
[5] Nuevo Testamento Puebla, Ediciones Paulinas, 3ª edición, 1982.
[6] Traducción del Nuevo Mundo de las Santas Escrituras - Con Referencias, edición revisada de 1987. En adelante, esta versión será identificada como NM87.
[7] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 136; Historia Documental de la Iglesia 3:27.
[8] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 193; Historia Documental de la Iglesia 4:11.
[9] Enseñanzas del Profeta José Smith, página 374; Historia Documental de la Iglesia 5:411.
[10] Se trata de una historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días recopilada por John Whitmer, el primer Cronista de la Iglesia, y que se conserva en manuscrito en la Oficina del Historiador de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, en Salt Lake City, Utah, EE.UU.
[11] Una colección de escritos debidos al profeta José Smith que data del año 1843.
[12] Enseñanzas del Profeta José Smith, páginas 388, 389.
[13] Es decir, no ha sido elegido.
[14] No Juzguéis; Para que no Seis Juzgados, Discursos de Conferencias Generales, 1970-1972, página 284; La Vida y Enseñanzas de Cristo y Sus Apóstoles, página 59.
[15] Se refiere al primer hombre de la historia humana, el ancestro común de toda la humanidad, Adán.
[16] En Adán, su ancestro común.
[17] La ofensa cometida por Adán.
[18] Adán.
[19] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[20] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[21] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[22] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[23] En hebreo, goyîm.
[24] Es decir, Maestro. Es un título que se daba entre los judíos a los maestros de la Ley o Torâh. Es el origen del título actualmente usado por los que dirigen el culto judío, rabino.
[25] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[26] Es decir, la Torâh, la Ley mosaica, contenida en el Pentateuco o Torâh.
[27] Es decir, los escritos de los profetas, contenidos en la sección de la Biblia hebrea denominada Nevi'îm.
[28] Iw'ta, es decir, iota, de donde jota en este pasaje es una traducción literal; y keraiva, keraia, es decir, cuerno, en su significado literal. Jota o iota es el nombre de la letra griega i. No obstante, aquí representa a la letra hebrea y, que se llama yôhdh, yód o iôd en hebreo, de donde se deriva la iota griega, y que es la letra más pequeña del alefato (o, alfabeto) hebreo, cuyo uso es con frecuencia optativo. La tilde es un signo o virgulilla a menudo llamado en castellano acento, que se pone sobre algunas letras. En este texto y en Lucas 16:17 representa, como ya se adelantó, la palabra griega keraia, que significa cuerno, y que se refiere a los trazos menores que distinguen a una letra de otra, como, por ejemplo, en hebreo, b, bêth y k, kaf, d, dāleth y r, rēhš. En NM87 se dice, en el texto de Mateo 5:18: «antes pasarían el cielo y la tierra que pasar de modo alguno una letra diminuta o una pizca de una letra de la Ley sin que sucedan todas las cosas». (Cursivas añadidas.). En esta traducción se está haciendo referencia a lo pequeña que es la letra hebrea y, yôhdh y a lo prescindible que sería una pizca de una letra, es decir, un acento o tilde. «Ni una jota ni una tilde: Alusión a la letra más pequeña y a los trazos que distinguían unas letras de otras en la escritura antigua. La expresión indica aquí las partes más pequeñas o insignificantes de la Ley». (Nota al pie de la página para Mateo 5:18, en RVR95, página 1223. Parece ser que con keraiva, keraia, es decir, una pizca de una letra, se quería indicar la tilde o más bien, el trazo que se agregaba a la letra hebrea d, dāleth, que corresponde a la griega d, delta y a la española d, para hacerla distintiva de la letra hebrea r, rēhš, que corresponde a la griega r, rho y a la castellana r.
[29] The Christian Century, 5 de Septiembre de 1962.
[30] Luxemburger Wort, 16 de Enero de 1965.
[31] Carta Prólogo en La Santa Biblia. El Nuevo Testamento, segunda edición, versión católica-romana de la Vulgata Latina por el Ilustrísimo Doctor Don Félix Torres Amat, con notas intercalares y marginales, revisadas por el R. P. Florentino Ogara, S. J., bajo los auspicios del Ilustrísimo y reverendísimo Señor Doctor Don Prudencio Melo y alcalde, obispo de Vitoria, 1923, La Editorial Vizcaína, Bilbao, España, páginas vii, viii.
[32] Enseñanzas del Profeta José Smith, compilado por José Fielding Smith, 1975, páginas 76, 77; Historia Documental de la Iglesia 2:25, 26 (12 de Febrero de 1834.).